sábado, enero 24, 2015

Pacto con la Muerte


Cuando era pequeño la Muerte era una cosa lejana, ajena.

Los muertos eran gentes de otras casas, las personas se morían a distancia; la mayor parte de las veces la noticia me llegaba a través del filtro de la televisión o de la prensa. O era un pariente remoto y desconocido cuyo rostro se desdibujaba en nuestra memoria. No había dolor, todo lo más una tristeza pasajera.

La Muerte me respetó durante tantos años que desarrollé un extraño pensamiento supersticioso: todo aquel que conocía no se moriría nunca y si pasaba era porque me había olvidado de ellos.
Por eso, sobre todo antes de dormir, repasaba interminables listas de seres queridos para librarles de un olvido que podría llevar aparejada una sentencia capital. Con este conjuro infantil mantenía a raya a la huesuda y no le permitía acercarse a mi casa.

El sortilegio funcionó durante muchos años. Para mi sorpresa, de tanto en tanto, la Muerte rompía con las reglas del juego que yo (pequeño e ingenuo aprendiz de brujo y de tirano) le había dictado, y me arrebataba alguien cada vez más cercano. Al dolor creciente se unía la estupefacción y la ira ante  el pacto roto. Y me atormentaba un sentimiento de culpa porque no había pensado lo suficiente en ese ser (ese ser que ya no era); no me había concentrado en él lo bastante para salvarlo de las insaciables garras de la Parca.


Los buitres vuelan cada vez en círculos más cerrados. Y tengo mucho miedo.

Ahora os dejo, que tengo bastante que pelear con esta traidora hijadeputa que se empeña en robarme lo que aún no es suyo.


viernes, enero 02, 2015