miércoles, octubre 29, 2014

Odisea: Primer borrador.



Háblame, Musa, de aquel varón que contempló desde la orilla de Ítaca alejarse a la cóncava nave sobre el violáceo ponto y vio encogerse la silueta de su amada hasta fundir en un punto su  hermosura con la  brillante Aurora de rosáceos dedos que sirve de telón al horizonte.

¡Oh, diosa, hija de Zeus! Cuéntanos cómo se atormentó cada noche imaginándola manoseada por una tripulación transformada en una piara de cerdos libidinosos. Cómo sufrió creyéndola en brazos de un gigante de un solo ojo o restañando las heridas de un hermoso Aquiles rubio y moribundo; temeroso y siempre angustiado de que ella probara el fruto del loto, ese que hace germinar el olvido en el corazón y aniquila por siempre todo deseo de regreso.  

¡Insensato varón! ¡Él, que tanto presumía de astucia y era el más necio de los hombres! Pobre náufrago en tierra que a la luz de la luna habría de tejer una urdimbre de celos, una celada de araña, para al día siguiente destejerla y, con aquel hilo de sospecha y mala baba, volver a tramar la trama de una nueva historia que poner por escrito.
Así mil y una noches torturado por el desvelo de los célibes, por el tormento de los ignorados.
Así mil y un días, dejándose la vista y la vida en cada línea hasta quedarse ciego.

miércoles, octubre 22, 2014

Herpes Zóster


El malvado granjero Herpes Zóster peleaba como cada tarde con su hijo Incesto y su hija Prolapsos por la posesión de la garrafa de aguardiente. Los tres se revolcaban haciendo montonera entre las pajas del establo. La chica hacía tenaza en los testículos de su hermano con una mano llena de verrugas, el resoplante muchacho se defendía y le hidrataba el pecoso rostro con una mascarilla de boñiga de vaca. Los animales huían despavoridos porque no era la primera vez que habían sufrido en sus propias carnes la rudeza y la lujuria de la familia Zóster; el asno rebuznaba su angustia desesperada, los perros defendían su castidad escondiendo el rabo entre las piernas, los cerdos enloquecidos daban vueltas al trote cochinero. Las gallinas, en cambio, se mantenían expectantes porque, como todo el mundo sabe, son aves de naturaleza casquivana y moral disoluta.
El alboroto era tal que la esposa del granjero interrumpió el amasado de un pastel de ruibarbo y menudillos de coyote para ir a poner orden en aquel guirigay. La señora Purgaciones se remangó el delantal y alzó la sartén que usaban  indistintamente tanto para calentar las gachas como para recoger las inmundicias de la abuela Incontinencia,  que llevaba encamada media vida y era abuela por parte de padre y por parte de madre. Lo último que escuchó el viejo Herpes antes de desmayarse fue el chasquido de los huesos de su cráneo.
*                  *                 *


Linda Macarena paseaba su culo gordo por el garaje del museo Ferrari. Las piezas de la exposición "De la rueda al Testarossa" se amontonaban aún sin desembalar. Linda odiaba sobre todas las cosas hacer guardia por la noche. Se le hacía eterna, tantas horas sin fumar y encima los zapatos de uniforme la estaban matando. Para pasar el rato quiso hacerse un selfie ante una limusina y enviarla a sus amigas del coro góspel de las Perpetuas Adoratrices pero ¡Oh, my Lord! No había cobertura.
Un ruido horrible la alertó. Trató de localizar el origen. Parecía salir de una polvorienta caravana de pioneros. Se subió al pescante y enfocó el interior con la linterna. Un sin techo roncaba en un charco de orines.
-Apaga esa luz, japuta- graznó el malvado Zóster frotándose siglos de legañas con las mangas de los calzoncillos.
Macarena recorrió con el foco la extraña figura de aquel vagabundo borracho.
-Señor. No puede estar aquí. Tendrá que acompañarme -le ordenó mientras acariciaba la culata de su pistola eléctrica.
-Pero si es una negra. Nunca había visto una negra usando pantalones.
Herpes sujetó una pipa de maíz entre sus despobladas encías.
-¡Señor, aquí no está permitido fumar!
-No creí que esto fuera una iglesia, putita.
-¡Señor, no utilice ese lenguaje conmigo!
-¿Quién eres tú para darme órdenes, Mariguarri?¿Qué son estos carromatos tan raros?
-¡No se lo digo más, aléjese del Bugatti! ¡Eh, eh, eh, no vomite ahí!
-¡Límpialo tú, negraza!¡Con la lengua! Y de paso me vas a limpiar a mí.
Con torpeza intentó desabrocharse y rebuscar algo en el interior de sus calzoncillos largos.
Las sesiones de control de la ira de las Perpetuas Adoratrices no habían servido para nada. Toda la furia que se puede llegar a acumular durante una infancia en un suburbio de Tennessee se le agolpó  en las venas de su sien.
Le vació el cargador entre los ojos. Lo arrastró por los pies hasta un coche fúnebre, lo introdujo en el ataúd de atrezzo y cerró el portón.
Se dirigió a la salida con un cigarrillo apagado en los labios. Mientras rebuscaba un encendedor en los bolsillos, masculló entre dientes:
-Queda sólo un cuarto de hora para acabar mi turno. Y no va a ser un puto blanco el que retrase el  momento glorioso de quitarme los zapatos.

sábado, octubre 11, 2014

SE FUE


Se fue.

Y no me dejó besarla por última vez.
Y no me dejó tocarla por última vez.
Aunque el amor bullía en sus ojos
como en los míos.