Cada
vez estoy más convencido de que el famoso tercer ojo del que tanto hablan los
apasionados de filosofías zen y otras majaderías es, sin lugar a dudas, el ojo
del culo. Cuando tengo que tomar una decisión importante, cada vez que en la
vida he tenido que escoger entre dos caminos que se bifurcan, me he dejado
guiar por esa vibración en el ojete con fe ciega en que no me va a fallar el
instinto del ciego; si se contraía al avanzar por una de las ramas del camino
lo desechaba para enseguida ir a tomar por el otro lado de la senda en el que mis
esfínteres se sentían más relajados y menos constreñidos.
Como estoy muy
agradecido a tan acertado lazarillo procuro darle un trato esmerado y librarlo
de asperezas con el fin de que tan delicada brújula no pierda sensibilidad y
marque siempre mi norte.
Durante este viaje
he venido observando las muy diferentes cualidades y calidades de los papeles higiénicos que
vinimos padeciendo en los hoteles de distintos países.
En Holanda, por
ejemplo, el rollo tenía un muy patriótico y desenfadado color naranja. Temeroso
de que destiñera, me recliné y pedí a mi acompañante que lo comprobara; mi pareja declinó mi solicitud con una excusa que se me antojó inventada tal vez porque fue expresada
de una manera grosera y tan irritada como para hacerla incomprensible.
El papel alemán, en
cambio, parecía fabricado con el material con el que están hechas las nubes.
Tenía una textura regia, sentías como si un armiño se deslizara entre tus
nalgas. Su sutileza no estaba reñida con una estructura firme, un dibujo
geometrico que confería la necesaria rugosidad funcional. La perforación permitía un corte perfecto, milimétrico, sin
que se produjeran jamás los antiestéticos flecos de un mal recorte. Los
alemanes siempre empeñados en enseñarnos a los españoles como hacer un buen
recorte...
¿Cómo definir al
papel danés con una sola palabra? Cuqui. El de los daneses era una monada
minimalista, de diseño delicado y encantadora estética. Una caricia para los
sentidos pero además respetuoso con el medio ambiente, ecológico, ergónomico,
ético, multicultural. Lo que se dice un papel enrollao.
Por el contrario, el
papel noruego era tan rudo y escaso que se diría el que utilizan los trolls en
lo más profundo del bosque. Un único rollito miserable, sin el preceptivo recambio
imprescindible en caso de emergencia o tormenta intestinal, este racionamiento
te obligaba a economizar a fin de que te durara hasta el fin de la estancia. Su
color, triste y grisáceo, revelaba que
había sido reciclado una y mil veces. La finura de la hoja no garantizaba, en
absoluto, una menor rudeza; era un papel tosco, de una aspereza que sólo el
curtido culo de un explorador ártico puede tolerar. El del hotel me recordó el que exhibían en las vitrinas del Fran, un buque con el que esta gente intrépida
afrontó en los albores del siglo XX la búsqueda del paso del Noroeste y la ruta
a los casquetes polares. Si soy sincero, el rollo que exponían en el museo me
pareció mucho más nuevo que el nuestro.
Mientras castigaba
la almorrana con aquella lija infame me retrotraje a la infancia en un arrebato
de nostalgia. ¡Ay! ¡Aquellas hojas de
periódico colgadas de un clavo en los retretes de los apeaderos de la Renfe!
Franco era muy consciente de que los españoles sabrían dar un doble uso a la
prensa y por eso los periódicos tenían unas hojas enormes con las que te
envolvían el bacalao en las pescaderías y aún sobraría papel para empaquetar un
cachalote. Si los chavistas hubieran copiado a Franco y no se empeñaran tanto
en cerrar periódicos los venezolanos ahora no tendrían tanta escasez de papel
higiénico. Y es que ya no quedan dictadores como los de antes...
Perdonad, que se me
va la bola ¿Queréis saber cómo son los europeos del Norte? Puessss, como en el
viejo chiste de Quevedo: Por sus culos los conoceréis