Me habréis oído contar mil veces que no soporto a ese tipo de amantes de los animales que, en cuanto ven un gatito abandonado, se lo llevan a casa achuchándolo hasta la asfixia, lo fumigan, lo despiojan, le arrancan las uñas para que no les arruinen las cortinas, lo encierran de por vida en sus minúsculos apartamentos y lo que es peor de todo, lo castran sin compasión ( porque este tipo de gentes son muy de castrar). Además lo encierran con otras gatas esterilizadas sumando la tortura del deseo a la frustración de la impotencia . Entre todos estos felinicidas están contribuyendo a la extinción del gato callejero o, cuando menos, a acabar con la anárquica felicidad de estos seres libres.
Pues, aunque os parezca raro, en contra de mis costumbres (en contra de mis principios) esta mañana recogí a un bicho callejero.
Un pequeño gorrión, minúsculo y novatuelo en la cosa del volar, se estrellaba una y otra vez contra el cristal de mi oficina. Sabéis que la piedad no es uno de mis sentimientos favoritos, así que no creo que fuera la compasión lo que me movió al rescate; más bien sería una mezcla entre la curiosidad y la perplejidad que me producía tanta obcecación en suicidarse a cabezazos, algo insólito en un animal tan joven.
Así que salí de la oficina. No me costó mucho esfuerzo cazar al pequeño TopGun, porque ya os dije que él era retorpe volando y yo practico todo el día en el trabajo cazando moscas. El piolín aquel apenas me ocupaba medio puño y pesaba como grillo y medio. Fui de despacho en despacho para enseñarlo a mis compañeros de trabajo con la vana esperanza de que algún espíritu caritativo adoptase al gorrioncillo. Alguna de las chicas gritó porque, como me conocen, se pensaban que les iba a lanzar cualquier sabandija. Al fallar el plan de adopción me encontré en una situación un poco ridícula, con algo entre las manos que no puedes soltar pero que tienes que soltar. Uno de esos dilemas de la Humanidad cuya solución esta sólo al alcance de los los grandes hombres.
Tengo un don, en ocasiones tengo la capacidad de tranquilizar a la gente que está a mi lado (otros dicen que los amuermo porque lo mío es contagioso). Transmito una especie de paz borreguil. Entre el paseo y el calor de mis manos, al pajarillo se le pasó el agitón, su cabeza tontiloca dejó de estremecerse y daba muestras de un cierto sosiego, se diría que hasta daba cabezadas; aflojé un poco la presión de mis dedos no fuera a a ser que lo que le fallara fuera el riego y lo estuviera dejando inconsciente. Cuando juzgué que estaba lo bastante sosegado para no volver a hacer el kamikaze y lo bastante espabilado para que no se lo llevaran de picnic las hormigas, lo solté en el minijardín frondoso que hay en la esquina. Confío en que si el camuflaje militar se le da un poco mejor que la acrobacia aérea, sabrá mantenerse entre el follaje a resguardo de las gaviotas carnívoras que, en este barrio, son bastante pterodáctilas y salvajunas. El pajarillo se despidió de mí con un leve aleteo como diciendo: "tendré que apañármelas yo solo, siesqueeé".
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Esta caso verídico me recordó el viejo chiste de las tres moralejas:
Un pajarillo migraba hacia el sur. Un brusco cambio de tiempo lo congeló. Hundido en la nieve, estaba a punto de morir pero una vaca soltó lastre justo encima. La bosta caliente derritió la nieve y recalentó al ave. Al ver como la sangre volvía a circular, el pajarillo comenzó a cantar eufórico. Un gato escuchó aquellos trinos que salían del estiércol, desenterró al bicho y se lo zampó de un bocado.
1ª Moraleja: Quien te llene de mierda no siempre te hará mal.
2ª Moraleja: No siempre el que te saca de la mierda lo hace por ayudarte
3ª Moraleja: Cuando la mierda te llegue hasta el cuello, no se te ocurra decir ni pío.