viernes, noviembre 15, 2013

Escenas londinenses IV - El Shunga (Arte erótico japonés)


Los japoneses son gente muy rara. Rarita.
Lo mismo pueden parecerte el colmo de la sofisticación y la elegancia que te asombran por lo rebasto y lo rijoso. Aúnan el noble espíritu del samurai con la macarrada de la yakuza, esa gente mafiosilla que cuando se hace la manicura le gusta siempre llevar las uñas muy cortas.

Por un lado son tan mojigatos que se sonrojan cuando los saludas con un par de besos; se diría que son unos relamidos y unos carcas pero, mientras que nosotros en Semana Santa llevamos en andas a San José con la borriquilla, ellos sacan en procesión un pene erecto de cinco metros por medio del pueblo. Por otra parte, las geishas gozaban de un prestigio social, un refinamiento y un respeto que daría mucha envidia a nuestras putas locales porque aquí, de siempre, las corrimos a pedradas. A nosotros nos resulta chocante y ultrapuritano cuando pixelan las pollas y los coños de los vídeos, o los encuentras muy sensibles y delicados cuando te empaquetan una geisha haciendo nuditos de marinero afeminado, en tanto que, por otro lado, los muy guarros  se ven unas películas de lolitas con ojos de CandyCandy, amordazadas y ultrajadas que si las proyectasen en nuestro país nos pondrían los pelos de punta y los jueces de menores iban a  tomar buena nota de los títulos de crédito.

Todo esto viene a cuento porque en el Museo Británico estos días se celebra una exposición sobre el Shunga, un arte porno japonés que prosperó sobre todo durante el siglo XIX. A veces estas colecciones de estampas se presentaban en forma de desplegables, a los que se llamaban "libros de almohada". Con un alto contenido erótico, aquellos rollos de papel pintado servían para lo que servían.
Lo que más  sorprende de esta exposición no es lo delicado del diseño, ni la expresividad de los trazos o la fluidez de la pincelada. No es ninguna de esas mamarrachadas. ¿La crudeza de las imágenes? ¿Las escenas explícitas de las mil y un formas de penetrar y ser penetrado? ¿Las escenas de zoofilia con pulpos? Nos vamos aproximando... pero tampoco.
Lo que te deja alucinado de la exhibición es lo bien conservados que están esos dibujos después de ser usados por tantas generaciones de japonesitos pajilleros. Porque, en mi adolescencia, ese Lib que nos pasábamos en el colegio clandestinamente durante los recreos, al cabo de un par de horas estaba más tieso y apergaminado que esos misales mastodónticos que usaban los clérigos medievales para cantar el gregoriano, y de grosor por ahí se andaba que, con tanta simiente juvenil, el papel engordaba que daba gloria verlo. Al último al que le tocaba  la revista ya era incapaz de distinguir si la que salía en el póster central era Eva Lyberten o Manolo el del Bombo.  En cambio, tú miras aquellos dibujitos de los nipones y, después de un par de siglos, ahí no se ha corrido ni la tinta.

Lo que yo te diga. Raros, raros.

6 comentarios:

  1. Anónimo16/11/13

    Algún tipo de fobia que les limita el uso de las manos, ... a saber. Xhrst.

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    1. Pues para la mayoría de las cosas, buena maña que se dan con esas manitas, Xhrst.

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  2. Vengo a documentarme porque el mes que viene voy a Londres.
    Gracias, honey, por estas entradas (la número 2 me pareció "great").

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    1. ¡Llévame! La segunda también es mi entrada favorita porque fue una escena muy tierna.

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  3. Bien traído el asunto que nos lleva al 'asunto'. Dos imágenes valen más que dos mil palabras.
    Ciertamente, la sociedad japonesa es muy contradictoria... como la nuestra (todo el país ha equivocado el voto y volverán a ganar... digo)

    · saludos

    · CR · & · LMA ·


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    1. Ñoco, supongo que te refieres a la imagen del enlace de la palabra Shunga. Tiene una historia muy curiosa. Al parecer el hombre de la jarrita es un curandero chino (los orientales se distinguen entre ellos, para nosotros es tarea imposible). Según parece robaban los flujos vaginales de las doncellas japonesas para elaborar medicinas y encantamientos que luego vendían a precio de oro en el continente. ¿O es que sólo tuviste ojos para el enlace de Eva Lyberten?

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