lunes, abril 22, 2013

Pasar página



Es el día del Libro.
El libro se merece un respeto.
Por mucho que améis un libro, por mucho que su contenido os haga salivar sin control bien porque sea un manual de repostería selecta o de erotismo licuefacciente, mantened vuestras babas bajo control y no las derraméis sobre sus inmaculadas y sagradas páginas.
La lectura es un vicio sí, pero los dedos jamás se han de humedecer para meterle mano a un libro. La lubricación, tan necesaria en otros menesteres, en este caso está de más. Tampoco hace falta tanta maña para pasar página, hasta alguien tan muñón como yo consigue hacerlo. Si os cuesta, probad a soplar con mimo para separar las hojas, insufladles vida con vuestro aliento y no las empastéis  con vuestras gárgaras mancillando el honor de sus esquinas virginales con vuestros asquerosos dedazos requetemamados,   hombrepordiós.
Pensad, queridos inconscientes, que compartir un libro, o peor aún, un periódico rechupeteado es tan peligroso como tener sexo oral  con cientos de desconocidos. En ese acto reflejo intercambiáis babillas y otros fluidos corporales con potenciales sifilíticos, íncubos blenorrágicos, súcubos gonorreicos, tóxicos halitósicos  y hasta alcohólicos filatélicos que, al igual que vosotros, tambíén son gentes de mucho chupar.

Y si te crees a salvo porque jamás has abierto un libro y mucho menos un periódico te contaré que ese ejemplar del Hola que repasas lametón va lametón viene mientras se te fijan las mechas en el secador poco antes lo estaba hojeando tu peluquera que, poco antes, estaba depilando el coño de la Bernarda. Y lo que la Bernarda, poco antes, estaba haciendo con ese coño no lo voy a contar aquí porque, casi seguro que, poco antes o poco después, los de Blogger me censurarían esta página.

Sé muy bien que mi empeño es en vano pues si no os corregisteis esa fea costumbre (por no decir esa puta manía) después de leer El Nombre de la Rosa del maestro Eco poco caso me vais a hacer a mí que no soy más que un modesto juntaletras. Pero juro que al próximo que pille chupando un libro de esa forma tan grosera  ¡¡¡Le enveneno con arsénico toda su biblioteca!!!

domingo, abril 21, 2013

RECETAS PARA UNA CRISIS III


Si hay algo que siempre ha salvado a este país de la debacle económica ha sido el turismo. Pero el modelo tradicional de tostar guiris por la mañana en la playa y por la noche en la barra de la discoteca está un pelín caduco. También podemos descartar resucitar a Fraga Iribarne para nombrarlo Ministro de Turismo y ponerlo a remodelar Paradores. No es cosa de realizar un Frankenweenie con  Don Manuel que, aunque haría un buen zombie pues el pasito y los andares ya los tenía bien ensayados en vida, al pobre mejor lo dejamos descansar que hay líderes como él y como Margaret Tatcher que ganan mucho enterrados.

Descartemos el turismo de playa y borrachera que no deja un duro; también el turismo cultural, seamos sinceros, nuestra máxima aportación a la cultura occidental ha sido el botijo, no damos para más. Y el turismo de lujo tampoco nos lo podemos permitir, que aquí tratas de remodelar la suite de un Parador y el jacuzzi acaba instalado en el chalet de un diputado y lo sustituyen por una palangana grande comprada a un chamarilero que, total, da el mismo servicio y resulta más autóctona.
Por supuesto, ¡¡¡Nada de Olimpiadas!!! Con la cúpula de la Gurtel en la cárcel  y Urgangarín en los Juzgados no iba a quedar nadie honrado para organizarlas.

¿Qué oferta turística diferencial podemos ofrecer al viajero ávido de hacer colas y sacar fotos movidas? La respuesta está clara: el turismo religioso. 
En primer lugar habría que ampliar la Semana Santa que se nos queda corta. Un mes de procesiones, cirios, y saetas para deleite de japoneses. Lo de las procesiones se arregla fácil, hay que obligar a que los manifestantes tengan que desfilar vestidos de nazarenos, al principio la gente se va a resistir un poco porque la medida va  a ser tachada de abusiva y absurda pero si a los del escrache se los va a obligar al uso del podómetro para calcular los famosos 300 metros ¿qué tiene de particular exigir un poquito de uniformidad  en las protestas? Y los sindicatos pasarán a denominarse Hermandades que es un nombre mucho más  bonito que evoca fraternidad en lugar evocar crimen, Mafia y estibadores en camiseta. A los antidisturbios los disfrazas de romanos y ya tienes el lote completo, la policía podría representar autos sacramentales, el de la flagelación seguro que lo bordan, y aunque no sería plan de crucificar a nadie, con un Ministro del Interior tan entregado como el que tenemos tampoco descartaría nada.

Con un poco de suerte convencemos al Papa Francisco para que traslade el Vaticano a Santiago de Compostela. Con este hombre es más fácil entenderse que con el otro que no hablaba ni papa de castellano.   ¿Cómo no va a cambiar una pizza acartonada por el lacón con grelos? Además, él encantado de alejarse de la Curia Romana que ya le tiene preparada toda clase de venenos dispuestos para ser mezclados con el vino de misa. 

Y trasladamos la Meca a Granada. Si no nos costó trabajo convencer a toda la Cristiandad para  ir  de excursión a Compostela cuando todos los historiadores saben que Santiago jamás pisó Iberia poco nos costará inventar que Mahoma anduvo de cueva en cueva del Sacromonte aprendiendo a bailar flamenco. Montas una tienda de campaña negra y cuadrada en mitad de la Alhambra, luego le pides prestado el meteorito al monarca saudí que está un poquito harto de que en cada peregrinación se le aplasten miles de fieles en la bulla que se forma para apedrear al diablo; porque otra cosa no, pero en la Alhambra lo de montar colas en la taquilla lo saben hacer muy bien y, que se sepa, jamás se les ha matado nadie.
Bastaría con gravar después con un impuesto al romero que le venden las gitanas a los guiris en peregrinación; tú a esas pertinaces señoras de moño y uñas negras las pones a recaudar impuestos y te ibas a enterar de lo que es la presión fiscal porque son capaces de acabar ellas solas con todo  el déficit público en un único ejercicio a base de perseguir al contribuyente con el aromático ramito a cambio de la voluntá.

martes, abril 16, 2013

Limitaciones


Soy muy obediente.

A mí me trazas una línea continua en el suelo y no me atrevo a cruzarla así me maten. Me da igual que esté pintada en el carril de la carretera que ante la ventanilla del banco. Jamás me la salto sin permiso y no es la primera vez que en el banco me tiene que empujar el que está tras de mí en la cola para que me atiendan. Cuando voy al Prado, lo único que impide que haya pegado un moco en Las Meninas es ese cordón de tela que ponen ante los cuadros, porque lo que tengo de obediente lo tengo también de iconoclasta y mira que ese cordón invita a saltar la comba y a hacer el gamberrete. 

¿Pasarme de la raya? Jamás. Y no es que ande por la calle saltando las baldosas como hacía Jack Nicholson en una película. Es una cuestión de educación. Me ponen una barrera y la respeto, estoy dispuesto a pagar cualquier peaje con tal de que me levanten la valla. Llevo encima siempre el DNI, el pasaporte, la fe de bautismo, un certificado de penales y la prueba de la tuberculina por si me detienen en la aduana. Respeto religiosamente las fronteras. Soy incapaz de pasar nada de contrabando, orino antes de pasar el control de policía con tal de no infringir las normas y subir al avión portando líquidos. Declaro hasta la última piastra que llevo en la cartera en las hojitas que te da la azafata durante el vuelo y siempre que salgo del país me lubrico a conciencia previamente por si he de someterme a una inspección en profundidad en busca de explosivos, drogas o paletas ibéricas de estraperlo.

Y esto es aplicable también a los seres humanos. Cada cual tiene su espacio personal, íntimo, que jamás invado. Algunos marcan este territorio orinando por las esquinas, otros marcan límites dándote el alto con una mirada. Nunca osaría pisar esa área privada (los muy ricos tienen una hectárea privada) sin los papeles en regla. Sin el imprescindible salvoconducto. 
Y cuando me cruzo con alguien que es tan escrupuloso como yo a la hora de invadir la esfera del otro, la cosa resulta tan divertida como si te subes a los coches de choque y todo el mundo circula evitando las colisiones.


viernes, abril 12, 2013

Cinco lobitos

                                                             Para Alejandro, él es el futuro



Tengo un re-sobrino al que sus padres, para que aprendiese a usar el orinal, le dejaban jugar con los Angry Birds de su tablet mientras la criatura se desfogaba y relajaba los esfínteres. Tanto gusto le cogió al juego del tirachinas y a bombardear en parábola con aquellos furiosos gorriones maltratadores de cerdos que ha quedado preso de una adicción temporal al móvil y una cierta fijación con su bacinilla de patito. A todas  horas se desprende de sus pañales y corre a sentarse en cuclillas. Curiosamente no es el único hábito que adquirió.
Con apenas dos años no había tableta o smartphone que se le resistiera, los manejaba con una soltura sorprendente para su corta edad, abría imágenes, encogía las fotos, las guardaba, tan pronto establecía una videoconferencia internacional con su bisabuela, que me hacía la declaración de la Renta o liquidaba las participaciones preferentes que había comprado mi cuñado (que siempre fue un poco tolai con las cosas del dinero) y las recolocaba en un banco de Luxemburgo. Como vive en Londres y sus padres no dominan todavía muy bien el inglés se encargó él mismo de tramitar su inscripción en la guardería, reclamar una beca de estudios,  inscribir en el registro a su hermano recién nacido, tramitar la importación de la moto de su padre y convalidarle el permiso de conducir por la derecha para poder conducir por la izquierda. Como su papá trabaja en la embajada el enano les echa una mano con los documentos de la valija diplomática, los digitaliza y encripta para que no los puedan hackear los de Wikileaks y, de un tiempo a esta parte, nuestras relaciones con el Foreing Office británico atraviesan por sus mejores momentos. Y todo lo hacía a base de pellizcar la pantalla, deslizar sus deditos pringados de potitos y confirmar las órdenes a golpe de chupete porque el pequeño cabroncete no sabe leer, ni mucho menos escribir y todavía empieza ahora a soltarse a hablar con su lengua de trapo.

El otro día me quedé perplejo cuando en casa de mis padres, como no le gustaba algo que estaban echando en la tele del salón, deslizó su dedo índice de izquierda a derecha por la pantalla del plasma para cambiar de canal. Contrariado, repitió el gesto una y otra vez. Y empezó a hacer pucheros al no poder conseguir deshacerse de la imagen infernal de un tal Falete empeñado en demostrar el principio de Arquímedes desbordando una piscina olímpica a la manera en que lo haría el pajarraco gordo de los Angry Birds.




* re-sobrino es la forma en que llamamos los tio-abuelos a nuestros sobrinos-nietos para que no nos hagan tan mayores.

martes, abril 09, 2013

CENTRIFUGA COMO PUEDAS II



Gentes de poca fe, los milagros existen. En AEG contestaron mi correo de reclamación. Ayer vino el técnico de la lavadora a la hora prometida. ¡ALELUYA! 
Llamó desde el telefonillo. Con esa voz semiafónica que tienen los padrinos sicilianos preguntó:
--¿El señor Pahhzzos? Tengo un encargo de la AEGé.
Noté, por el tonillo frío y despechado, que los del Servicio de Atención al Cliente se habían chivado de que me había quejado por la tardanza.
El hombre entró con parsimonia en mi domicilio. Portaba un enorme maletín metálico alargado del que parecía que iba a sacar, de un momento a otro un rifle desmontable con mira telescópica o un instrumento de tortura.
Para mi sorpresa (supongo que no para la vuestra) resulta que me dice el experto con una mirada de reprobación   ¿Es que usted no lava nunca la lavadora? 
  Coño, pensé que no hacía otra cosa mientras lavaba mi ropa que lavarse a si misma.
Me hizo callar con el índice apoyado ante los labios. Pasó ese dedo alrededor de la boca de la lavadora. Hizo el gesto con tanta delicadeza y habilidad que por un momento pensé que mi lavadora iba a tener un orgasmo.
  Además, usted lava en agua fría   Frotaba entre los dedos aquellos restos jabonosos, mientras me echaba una mirada como si el culpable de todo el calentamiento global fuera yo solito con esa manía caprichosa que me había entrado por lavar a 30 grados. Y giraba la cabeza con desaprobación.
  Vamos a ver, almadecántaro, ¿usted qué clase de detergente usa? ¿líquido o en polvo?   Como me iba acojonando por momentos, me escudé detrás de una botella de Ariel Líquido.   ¡Acabáramos! ¡no ve que hay que usar detergente en polvo!   Según como estaban poniéndose las cosas decidí que era mejor no contarle nada de la almohada de plumas y prometerle que estaba a dispuesto a usar una pastilla de jabón de Lagarto, rallarla con la picadora Moulinex y bajar a hacer mi colada al río con tal de que dejara de mirarme de aquella manera tan inquisitorial. 
Me corrió un escalofrío por la espina dorsal cuando aquel gigante extrajo un martillo y un escoplo del maletín. También esgrimió un destornillador eléctrico, me apuntó con él y pulsó el gatillo con una carcajada. Empezó a retirar los miles de tornillos de la tapa que, otra cosa no, pero puedo presumir de que mi lavadora está mejor remachada que el Titanic. Posó la tapa en el suelo y dejó al descubierto una pieza enorme de hormigón. Cogió el cable con las dos manos, lo dobló y lo chasqueó mirando alternativamente para aquella pieza de hormigón y para mis pies. Me lanzó una miradita por encima del hombro como la de alguien que te está perdonando la vida.
Empezó a destripar la máquina que daba pena verla. Empleaba una llave de carraca que hacía un ruido como de tronzar de huesos. Con la maza y el escoplo golpeó al bombo varias veces, aquella escena no sé si me recordaba la imagen de los monos de 2001 Odisea en el Espacio machando los huesos del tapir o ese gong enorme que golpeaban en la empalizada del gorila King Kong. Me pidió un par de toallas y algo de agua caliente. Por un momento, pensé que me iba a inducir un parto con aquellos alicates enormes que tenía. Se limitó a tumbar con delicadeza  la lavadora sobre una de las toallas mientras que empapaba la otra con el agua para limpiar con mucho mimo el tambor.
Cambió la pieza de repuesto que traía envuelta en plástico de burbuja. Para relajarme jugueteé con el embalaje y empecé a reventar las burbujitas. Me lanzó un destornillador que atravesó el plástico y se clavó en mitad de la puerta de la cocina.
  ¿Puede estarse quieto? Empieza a ponerme nervioso.
Substituyó la pieza rota. Aunque parezca mentira logró recomponer aquel puzzle de piezas calcificadas sin que, milagrosamente, sobrara ninguna.
Sus manos estaban ensangrentadas porque se había dado un mazazo en el pulgar. Le pasé con manos temblorosas un poco de algodón y agua oxigenada. Le echó un trago a la botella.
  ¿Qué mierda es esta? ¿No puede ofrecerme una cerveza, como todo el mundo? Son 10 Euros de la pieza, 90 de mano de obra, 70 del desplazamiento, 30 euros para el ticket de la zona azul, y 42 más de Iva. Déme 250 Euros y tan amigos.
  ¿Le puedo pagar con tarjeta?
  Si le parece, también llevo un puto cajero automático dentro del maletín   replicó, mientras reafirmaba sus palabras golpeando la palma de sus manazas con una llave inglesa. 
Solté el dinero deseando con todas mis fuerzas que aquel energúmeno jamás tuviera que volver a mi casa.
  ¡Que no me entere yo que vuelve a pasarle a algo a esta preciosidad!   Y posó un besito de sus labios en el vaso del suavizante.

Aún no me he atrevido a ponerla en marcha ¿Tenéis alguno el teléfono de una lavandería china?

jueves, abril 04, 2013

CENTRIFUGA COMO PUEDAS


Una tragedia más. Se me ha estropeado la lavadora.

Nunca metáis una almohada de plumas en la lavadora. No, no creáis que lo que pasa es que revienta y la casa se llena de plumas flotando y adolescentes en pijama corto saltando sobre la cama. NO.
Lo que sale por la compuerta es un globo hinchado de tela con una bola de preso dentro. El plumón se compacta de tal manera que forma una pelota pesada como el hierro, con las vueltas esa masa coge inercia y cuando la lavadora se pone a centrifugar, aburrida de tantos años enclaustrada bajo la encimera de la cocina se pone a pasear por toda la casa. Y genera un ruido que apostarías a que las Torres Gemelas se están desplomando en tu patio de luces.

Las tres grandes agencias de inteligencia mundiales tienen un nombre de tres letras. Son la CIA, la KGB y la más poderosa de todas: la AEG. Estoy convencido de que mi lavadora es en realidad un aparato de tecnología ultrasecreta que  tiene dentro un acelerador de partículas; cuando dejo la colada en marcha y me voy a echar la siesta un espía se infiltra en mi cocina y gira los mandos hasta dar con la combinación correcta (si no de qué iban a tener tantos números y teclas si todo el mundo sólo usa el programa 3), abre ese depósito misterioso que hay al lado del del suavizante y que tampoco nadie sabe para qué sirve. De allí recoge unas muestras de un polvillo radioactivo mucho más potente y destructor que el plutonio. Que lo tengo comprobado, eso deja unas manchas en el cajetín que no salen por mucho que lo frotes con el cepillo de dientes del cuñado que es lo que suelo usar para arrancar la roña de los sitios más difíciles. Además, en el interior del bombo se desencadenan reacciones atómicas incontrolables, que yo creo que una vez vi al Bosón de Higgins saliendo por la tapa del filtro y aprovechando para gorronearme un croissant que tenía reservado para el desayuno. Está más que comprobado; otra prueba, de tanto en tanto, uno de mis calcetines desaparece porque se desintegra y se teletransporta a un universo paralelo  y apocalíptico como el de Mad Max  donde todos los calcetines perdidos van a parar al grito de "Dos entran, uno sale". A veces he probado a meter  dentro de la lavadora en solitario al calcetín huérfano por ver, si invirtiendo el programa, recupera a su pareja. De momento la cosa no ha funcionado.



Mi almohada y Antonio Gala tienen algo en común: los dos pueden hacer mucho daño con su pluma. El caso es que la lavadora quedó destrozada por dentro. Llamé al técnico.

El operario echó un vistazo al aparato y aplazó el arreglo porque el bombo estaba roto y había que pedirlo a fábrica. Le objeté que cómo coño iba una almohada a romper el tambor de hojalata.  Él me replicó que de hojalata sería el tambor de Gunter Grass que por algo es alemán y tendrá enchufe pero que el mío todo lo más sería de melamina y me dio un cursillo acelerado sobre una asignatura nueva muy interesante que se llama Obsolescencia Programada. Me dijo que la avería serian más de 150 Euros y podía escoger entre eso o regalarle el bombo al hámster para su cumpleaños. El hombre se despidió. Fue la última vez que lo vi con vida.

Sé mejor que nadie que un calzoncillo tiene dos caras pero después de tantos días ya no me queda más ropa limpia. Ayer tuve que ponerme para ir a trabajar unos pantalones de campana de los años 70 que escondía avergonzado en el fondo del armario y voy a tener que quitarle las bolitas de alcanfor al traje de marinero con el que hice mi Primera Comunión como mañana no pase el técnico. Su misteriosa desaparición seguro que es cosa de la CIA. O de la KGB.

martes, abril 02, 2013

EL ESCRACHE



El escrache lo inventó la señora Encarna. 
Hace ya muchos años el que era presidente de mi comunidad autónoma tenía por costumbre practicar footing por los alrededores de la ciudad. Mi comunidad era un lugar tranquilo, apacible y aquel pobre hombre corría sin escolta, en solitario, supongo que aprovechando el ratito de deporte para librar su mente de preocupaciones y, quizás, aprovechar el ritmo que marcaban sus zancadas para componer algún poemilla que era su verdadera vocación oculta.
Cada vez que pasaba junto a la casa de esta buena señora, la mujer le reclamaba que los gamberros habían roto la farola y nadie había venido a arreglarla. La primera vez el político se encogió de hombros y siguió corriendo.
A los pocos días, la escena se repitió, la mujer volvió a gritar y señalar a la farola aún rota y el presidente a acelerar su carrera.
Como el gobernante hacía siempre la misma ruta en el mismo horario al día siguiente se encontró con la mujer esperándolo, el dirigente tomó carrerilla y cambió de acera. La señora siguió su estela cojeando cada vez más enfadada porque no le hacía caso y cuando estaba ya lejos blandió el bastón sin darse cuenta de lo amenazante del gesto.

La cosa se convirtió en rutina, el uno fiel a sus principios de independencia no cedió a la presión y no hizo nada para que alguien arreglara la puta farola, no cambió su ruta aunque siempre que pasaba por allí lo hacía de puntillas y con la capucha de la sudadera puesta para pasar desapercibido; y la otra no paró de reclamar ni un solo día lo que consideraba una justa reivindicación. Los sprints y las imprecaciones terminaron un día, no sé si cuando el presidente cesó en el cargo o cuando la señora se mudó a otra vivienda. Pero nadie arregló la farola.

Esta pionera del escraching ha visto como estos días su forma de protesta se ha extendido por todo el país. A una clase política inoperante aquejada de una sordera progresiva, le ha salido una masa respondona y  vociferante dispuesta a gritarle las cosas a la oreja. Y siguen sin oír, o se hacen los sordos que es lo mismo.