miércoles, mayo 30, 2012

Creatividad contable

¿Qué sabrán los mercados de mis déficits
ni de las causas de mi quiebra
y bancarrota?
¿qué sabrán los auditores de mis deudas,
a quién le debo todo
a quién no debo nada?
¿qué dirán de mis balances falseados
de las derrotas que atesoro cada noche
cuando me enfrento a un vaso solitario;
de las trampas contables que acumulo
mis triquiñuelas legales
para ocultar el estado de las cosas
ese fraude fiscal, ese delito
de falsearme a mí mismo los recuentos,
de trucar cada día los diarios
de no querer ver que hoy
si hago la caja
apenas sólo quedan cuatro reales?

Cuatro amigos reales
restan sólo,
eso es todo;
y dos de ellos
son, probablemente,
imaginarios.


domingo, mayo 27, 2012

SOBRE POLLOS Y POLLAS *

A Nacho


Después de hacerme un test de manchas en los que a cada dibujo que me enseñaba yo contestaba siempre:  "un pollo asado"   , mi psiquiatra dictaminó tajante:   Padece usted un trastorno compulsivo alimentario
Al principio, indignado por el diagnóstico traté de refutar esa infamia con energía, y habría llegado incluso a las manos con la doctora Sigmunda si no fuera porque mis infructuosos esfuerzos por incorporarme del diván para desmentir la acusación me dejaron tan exhausto y resoplante como una ballena varada.
Mientras el guardia de seguridad me acompañaba hasta la puerta de la policlínica juré no volver a pisar aquel despacho de psiquiatría, en parte por las ofensas recibidas (aunque yo no me quedé corto tampoco) y en parte porque en un descuido de la doctora le robé los croissants del desayuno que guardaba en un cajón.
Según la loquera tengo una fijación infantil con la comida porque no he sabido superar la fase anal, luego añadió:   "tampoco la oral, pedazo de mamón"  , pero eso fue poco antes de empezar el intercambio de hostilidades.

Debo reconocer que tengo una obsesión con los pollastres. No puedo resistirme a ese giro hipnótico de las aves dando vueltas en el asador de gas butano. Que esas vueltas que dan en la barra son para mí el más bello de los ballets, el espectáculo más hermoso que contemplarse pueda; ya quisieran las chicas de Gemma Mengual nadar y agitar sus piernas en el aire con la mitad de gracia y sincronía con la que se doran esos muslitos. Esa gotita de grasa que se les escurre por las alitas es para mí más bella que el rocío pingando de la flor de los cerezos, más excitante que las humedades que chorrean del tanga de una stripper giroteando en su barra vertical.
Confieso que, en ocasiones, he llegado a cerrar tiendas de pollos asados como otros se dedican a cerrar whiskerías por las noches.  Alguna noche me he encerrado en una rotisserie (que no deja de ser un asador pero suena mucho más pecaminoso)  para gozar de una orgía pantagruélica, cientos de muslos y pechugas sólo para mí, dispuestos a todo con tal de complacerme. Y este hábito descontrolado ha llegado a interferir en mi vida laboral.
Más de una vez, mis compañeros del curro, alertados por mi tardanza, han tenido que venir a rescatarme por la mañana a Le Poulet Rotí (antes conocido como Pollería Ramos) y me han encontrado delirante, tumbado en el suelo, con el abdomen dilatado y la mirada perdida. De los pollos ni rastro. Desde el suelo yo remojaba mi corbata en la bandeja del horno que recoge la grasa rezumada y la rechupeteaba con la fruición y el deleite de una fellatriz vocacional y la profesionalidad y eficiencia de una ordeñadora mecánica. La cosa termina siempre con mi traslado en un camión de mudanzas, (una vez descartada la ambulancia por la estrechez de su portón) hasta la Casa de Socorro donde me hacen un lavado de estómago con dos pastillas de Calgonit y una botella de Fairy.
Y es que no puedo resistirme al olor del pollo asado, ese perfume tan penetrante y seductor. Alguien asa un pollo en Algeciras y si a mí me llega la rafaguilla hasta orillas del mar Cantábrico no puedo contenerme y sería capaz de tomar un AVE para cruzar la Península si no fuera porque en España ya no queda dinero para terminar de hacer ese AVE y casi tampoco para pagar el POLLO que entre todos han montado.



No  soy el único que alucina con pollos asados, fíjate en Paco León.



*Pollos y pollas, para que luego no digan las de la Asociación Feminista de Ornitología que en este blog se utiliza un lenguaje discriminatorio y machista  que contribuye a la invisibilización de las gallinas jóvenes.

miércoles, mayo 23, 2012

La importancia de llamarse Manolo


Estoy convencido de una cosa. Llamarse Manolo engorda. Como poco cinco kilos.
Porque tú te llamas Serafina y estás predestinada a ser delgada toda tu puta vida. Y no digamos si te llamas Celeste o Livio nombres etéreos donde los haya.  Pero si te llamas Manolo a parte de tenerlo más que crudo para ingresar en el cuerpo diplomático y cualquier otra profesión para la que se exija un mínimo de glamour estás condenado a tener el sistema adiposo hipertrofiado desde que el cura te empapa la frente en la pila bautismal.  Tú engendras un hijo sietemesino, canijo y esmirriado, que nace enclenque y parece destinado a permanecer enclenque el resto de sus días; le pones de nombre Manolo y se pone tan lustroso como un cerdo de 20 arrobas que, recién salido de cristianar, las enfermeras son incapaces de volver a meterlo en la incubadora porque no coge.Se han visto bebés que al bautizarlos con mi nombre estiran la lengua como un camaleón y se zampan de un bocado una bandeja de canapés que tenían preparados para el convite. Y es porque llamarse así da hambre. Nada de apetito, ni gusa, ni gazuza, una carpanta que te mueres.
Tu madre, para conjurar el maleficio de los manolos, empieza a llamarte Manolito, pero es inútil, nada te va a salvar  de la obesidad infantil ni de la inquina y persecución de tu profesor de gimnasia que se ensañara especialmente cuando toca subir la cuerda, tú resoplando como un Quasimodo campanero aferrado a aquella soga y él venga a azuzarte con golpes en tu trasero que, a tan tierna edad, ya es tan grande como un pandero japonés.

En el bar del barrio te conocerán por Manolín, pronunciado eso sí con mucho rintintín y cachondeíto, con esa ironía fresca del pueblo llano. Les encanta saludarte cuando entras por la puerta. Gritan a coro ¡Manolín! imitando el ¡Normmm! de los parroquianos del bar de la serie Cheers. Te arrimas a la barra y pides una tapa de olivas y te pones a ver el partido desde uno de los taburetes combados por tu peso,  te entretienes haciendo malabarismos con un palillo entre los dientes. Cuando tú equipo marca gol no puedes evitar cubrirte la cara con la camiseta, poner los brazos en cruz y marcarte un "guaraná" por toda la sala. Tus tetas se despendolan y desmandan con tu carrerita, amenazan con aplastar a alguno de los lugareños, hasta que te cargas el frasco de los  pepinillos de un tetazo. La peña del bar, que quiere ver el partido en paz, que son unos fanáticos de los pepinillos en vinagre y que además es toda del equipo contrario, te empujan y a duras penas consiguen que tu masa sebosa atraviese la puerta del bar.

 Si vas al fútbol nada de pretender ir al palco; en grada, de pie y de las más baratas. Y que no se te ocurra dejar de animar ni un segundo que si no todo el estadio te mirara mal y te señalará con el dedo ¿quién se creerá el Manolo ese que es que no grita nada? O vas con una vuvuzela o de la cancha sales afónico. O linchado por los ultras por hacerte el señorito. Porque  tú has nacido predestinado para ser hincha, y aunque lo que en realidad a ti te guste sea el patinaje artístico, la onomástica manda y tendrás que fingir que  amas el fútbol y que eres el más forofo de los forofos.


Cuando vuelas (más quisieras tú que ser más ligero que el aire) nada más comprobar en facturación los datos de tu pasaporte te asignan el asiento más central del pasaje; jamás has viajado en ventanilla porque tienen miedo de que escore el avión y empecemos a girar sobre el ala, sin parar de hacer circulos alrededor de Barajas. No sólo eso, sino que además te cobran por exceso de equipaje. Cuando tú protestas porque sólo llevas un trolley, la azafata te replica:   Entonces, ¿qué es eso?   te corrige señalando un michelín desbordado que reposa sobre la báscula de facturación.

El Manolo es más de dominó que de ajedrez, más de orujo que de Gin Tonic, más de tapitas y cazuelas de callos que de alta cocina. Un Manolo lleva la esencia de la españolidad en la partida de nacimiento.


Aunque tener un nombre tan lolailo tiene alguna ventaja también, con este nombre vas  a tráfico y te regalan el carnet de conducir camiones, sin examen ni hostias, por la puta cara. Con sólo mostrarles el DNI ya te van expidiendo la licencia.






Y de postre un truquillo de magia:

a) Abre el traductor de Google. Pulsa aquí si quieres.
b) Escoge en el cuadro A traducir del idioma Gallego.
c) Escoge en el cuadro B traducir al inglés.
d) Escribe en el cuadro A:
manuel fraga
(Escríbelo todo en minúsculas que si no falla)
e) Dale al intro para traducir.

¡TACHÁN!


domingo, mayo 20, 2012

A pesar de los pesares. Fábrica de básculas

Diarios estelares. La dieta Vulkan



En nuestro transbordador espacial padecemos un grave desarreglo alimentario. 
Tenemos una báscula electrónica hiperprecisa de esas que te hablan y que cuando te pasas de arrobas te insultan y te llaman tocino. Y la cabrona tiene más memoria que un rencoroso, no sólo es capaz de recordar lo delgado que estabas hace tres siglos y compararlo con lo fondón que estás ahora sino que aprovecha la menor ocasión para restregártelo por la cara.

Hace unos meses estuvo especialmente grosera conmigo. Debo confesar que me pasé un poco comiendo pasteles en el Pomme Sucré que han abierto en los anillos de Saturno porque esa mañana cuando fui al baño meé crema Chantilly. Pero la ruleta de los kilos se ensañó especialmente conmigo, sebón, culopuerco y megalorza fueron de las cosas más suaves que me dijo. Me dolió tanto que decidí romper con todos mis hábitos alimenticios y ponerme a dieta.

Mantener una dieta sana y equilibrada en el espacio es muy difícil. No podemos hacer footing porque la cápsula es muy pequeña y de lo divertida que es la Ciclostatic ya hemos hablado. La fruta apenas nos dura unas semanas en la nevera y  la lechuga que cultivamos en nuestra granja hidropónica la tienen reservada en exclusiva los caracoles que criamos para los experimentos científicos con lo que hemos de resignarnos y sobrevivir varios años-luz de viaje alimentándonos a base de tubitos de pasta de dientes rellenos de fuagrás la Piara.  Así que, cuando llegamos a destino, y pillamos un asador nos desquitamos. Ese régimen alimentario produce un desagradable efecto yo-yo. O sea, que en nada de tiempo tu "yo" pesa el doble.

Me puse en manos de un especialista, un endocrino francés muy famoso que ha escrito un libro con su método: La dieta Vulcan. El franchute no me hizo análisis de sangre ni esas antiguallas diagnósticas, se limitó a preguntarme mi signo del Zodíaco. Cuando le firmé el cheque en pago por la consulta él me prometió que si seguía al pie de la letra sus consejos en unas semanas quedaría ligero como un neutrino.
El método Vulcan consiste en comer de todo, sobre todo entrehoras, no privarse de grasas, ni de bollería industrial, ni de chucherías, porquerías ni casquerías. Sólo hay que ser inflexible con una cosa. Hay que controlar periódicamente nuestro peso, pero sólo cuando hagamos parada en un satélite o en un asteroide. Pero tenemos estrictamente prohibido pesarnos en los planetas porque cometer este acto, por un misterioso efecto de la gravedad, podría alterar nuestro karma y arruinar por completo el resultado. Y si algún día quiero saltarme el régimen me dejan pesarme en Plutón; para que luego nos acusen a Vulkan de gurú y a sus seguidores de ser unos fanáticos de una secta rara.

En apenas unas semanas el efecto ha sido milagroso.  No sólo la báscula ha dejado de insultarme sino que me piropea y yo creo que ha empezado a tirarme los tejos. El régimen tiene pequeños efectos secundarios como que ando todo el día en calzoncillos por la cápsula porque soy incapaz de meterme en la escafandra y que para poder salir por la escotilla tengo que untarme con la manteca del desayuno; pero estaré eternamente agradecido al doctor Vulcan porque desde que sigo su método la aguja jamás ha vuelto a pasar de los setenta kilos.


 El doctor Vulkan ofreciéndome un ligero piscolabis

miércoles, mayo 16, 2012

SOY UN CUTRE


Soy un cutre. Lo confieso. Con los años lo voy asumiendo.
Un cutre es una persona que por más que se esfuerce, por más que se lo curre o por más que gaste no le cunde nada. Y es que esta clase de gente se come (nos comemos) mucho la cabeza tratando de resolver la ecuación calidad-precio, intentando comprar lo mejor al precio más bajo, alcanzar la excelencia al menor coste, conseguir la mayor satisfacción erótica con el mínimo desgaste emocional. Y como no resolvemos bien la ecuación el resultado es un fracasito y la vida no nos recompensa con ningún premio. Van unos ejemplos:

El primer cutre de la historia fue Caín. Caín y Abel . Uno paleando estiércol bajo un sol de castigo mientras el otro se queda tumbado a la bartola mirando a las ovejas. Uno ofrece en sacrificio un costillar de lechazo y el otro cuatro zanahorias. No hay color. Porque Dios tendrá sus defectos pero no es vegetariano.  Los cutres somos la estirpe de Caín, arrastramos su maldición bíblica y recorremos el mundo cabizbajos; total, por un asesinato de más o de menos.

El cutre se compra un smoking y le queda como un chándal, ¿por qué? Porque se arrepiente de haber entrado en la tienda y luego compra lo más barato. No se compra un Ferrari se compra un Skoda. Y todo lo paga en efectivo, a tocateja, sin que le descuenten un duro. Mientras le cobran, él observa de reojillo como el otro que está en la caja paga sus compras con un montón de  cupones y vales descuento, no suelta un euro y encima le regalan los tickets del parking, unas copas en la cafetería y una corbata de seda.
 No es que sea un rata, al contrario, te puedes gastar ingentes cantidades de dinero, pero no te cunde. El cutre paga una ronda de copas, el camarero se equivoca (tal vez a posta, porque nunca le dejas propina) y le entrega la vuelta a otro, el muy cabrón se guarda la vuelta y no dice nada y los invitados le dan las gracias a él. Y se mosquearán contigo porque no volverás a pagar otra ronda y encima estarás mohíno toda la noche.
Te vas de hotel y escoges uno con más estrellas que una noche en el desierto. Pues te alojan en una habitación al lado del ascensor, sobre una salida de humos, con el somier jodido y una moqueta levantada en la que siempre tropiezas.

¿Por qué me pasa esto?
Porque los conserjes de hotel,  los dependientes y sobre todo las tías huelen en seguida tu cutrez y te ningunean, y se aprovechan de las circunstancias.
Es el día de tu aniversario de bodas y te acercas a una joyería dispuesto a tirar la casa por la ventana. Te detectan la cutrez incluso antes de entrar porque te tienen un rato picando al timbre de la puerta hasta que te abren. Tú venías pensando en un anillito con un diamante pero el joyero te persuade para que compres un collar de brillantes que es mucho más chic. Tú te justificas y replicas que nunca habías visto diamantes marrones y él te contesta que en realidad son color champán. Te defiendes diciendo que nunca habías visto champán marrón y él te estoquea alegando que la gente que sólo bebe cava cómocoñovaasaberdequécoloreselchampán. Y ahí te hiere en medio del corazón, justo a la altura de la cartera; herido en tu orgullo desangras tu Visa en esa maquinita que cuando la accionan replica el sonido de una guillotina y vuelves a casa con el collar de marras. Cuando se lo regalas a tu mujer ella pensará que son zirconitas por dos cosas:
a) Porque te conoce de toda la vida y sabe que eres un cutre
b) Porque el paquete te lo ha envuelto la becaria de la joyería y está hecho un boñigo.
Total que te da las gracias con retintín y guarda el estuche en un cajón del chifonier, bajo los pijamas de invierno de donde no saldrá en la vida. Y el cajón de la lencería guay jamás volverá a abrirse para ti.

Sólo he ganado una medalla en toda mi cutre vida. Fue en una competición benéfica de minusválidos en la que llegué a meta a muchísima distancia del segundo clasificado. Los incomprensibles abucheos  me acompañaron cuando corté la cinta de llegada, durante la ceremonia de entrega de trofeos e incluso a través de la endeble puerta de  los vestuarios que, podéis creerme, no soporta un mínimo aporreo. Cuando recogí mi coche en el aparcamiento lo encontré con todas las lunas rotas y alguien había escrito con una llave en la chapa expresiones que no me habría gustado que mi madre leyera jamás. Por eso ahora, cuando aparco cerca de la casa familiar, o de aquel estadio, cubro la carrocería con uno de esos garajes de tela que venden en la teletienda.

Un cutre que se precie compra la alta tecnología en la teletienda y el pescado fresco en el Lídel. El cutre tiene la nevera repleta de botellas grandes de cocacola rellenas de agua del grifo. Y sobrecillos de ketchup y mostaza que ha acaparado en el burguer  por más que deteste la mostaza. Tiene también un trozo de queso azul. Si pensáis que el queso de Burgos no puede ser azul es porque no habéis abierto la nevera de un cutre. La comida de un cutre no tiene fecha de caducidad. Se le ha borrado. Porque aún está por descubrir el cutre que tira algo a la basura.






lunes, mayo 14, 2012

Las risas muertas

En la peli "The man of the moon" Jim Carrey encarnaba a Andy Kaufman, un cómico excéntrico que ha inspirado, y mucho, a nuestro Joaquín Reyes. Cuando a Kaufman le proponen hacer "Taxi", una comedia de televisión, se muestra reticente porque los chistes de estos programas se acompañan con risas de lata y el muy paranoico afirmaba que en esas grabaciones apolilladas se escuchaba risa de gente que ya estaba muerta. Y eso le horrorizaba.

Siendo como soy comedido y flemático en la expresión de mis sentimientos, de una frialdad británica en el trato corto, impasible cual  japonés ante la contrariedad, siempre reflexivo y perplejo ante lo inesperado, no acabo de entender la manifestación desaforada de la hilaridad, la suelta desatada de los sentimientos, la pérdida incontrolada de la contención que lleva a algunos individuos (ante un suceso quizás cómico, como mucho gracioso) a inundarte la cara con perdigones de su saliva jocunda, a darte palmadas de colegueo en la espalda, a perder el control sobre la micción y los esfínteres. Ante un suceso así creo que un caballero debería de limitarse a alzar una ceja y una copa de Martini, como hacía James Bond.*
Por eso cuando leo jjjjjjjjjjjjh! que es risa pulgosa y contenida; o los jajajajaja que son risa franca y abierta, carcajada a mandibula batiente; los ¡je! que es risa descreída y excéptica, los jejeje que son risas sardónicas, taimadas y ladinas; los jijiji esa risilla hipocritilla, tan falsamente pudorosa; los jojojo** esa risotada oronda y apopléjica, o los jujuju que es risa glotona y descontrolada como asfixiada por unos labios gordos y grasientos y una servilleta de tela; o los irritantes LOL que tienen más de pedantez importada que de sofisticación cosmopolita...  no dejo de preguntarme cuanto tienen de falso, de complacencia aduladora o de exagerada exaltación  esas risas. No acabo de creerme esas risas, me suenan a risas de lata, a risas de gente muerta ¡Cuan muertas están las risas, como después de proferidas dan dolor! Y me pregunto cuanto de burla de mis debilidades y complejos hay en esas risas, y que poco de compasión solidaria con el dolor ajeno... Porque en este blog se sangra mucho, y cuanto más se sangra, más coña marinera.
Pero no os preocupéis que por mucho que pase por una clínica de cirugía estética, el payaso siempre se muere con la nariz bien gorda y bien roja.

Que otra cosa si no es el humor, transformar el dolor en bálsamo para el espíritu. De los otros.




* Es todo mentira. Se me saltan los mocos de la risa en los lugares más inapropiados como las bibliotecas públicas y los tanatorios.
** A diferencia de un sólo ¡jo! que no es risa sino melindre de niña caprichosa y consentida.

viernes, mayo 11, 2012

DESMEMORIAS DE UNA FASHION VICTIM IV


No me gusta el deporte. Verlo me aburre, practicarlo me horroriza. Además pienso que no puede ser bueno para la salud algo que te cansa y te hace sudar tanto.Por tanto, gastar en comprar ropa deportiva de marca  no sólo me parece un despilfarro sino también una estupidez. pero...
Un día ves una foto de Cristiano Ronaldo vistiendo un chándal tan elegante que  en vez de a jugar al fútbol parece que va a bailar claqué con Fred Astaire. No puedes resistirte y vas corriendo, bueno trotando, bueno vas en coche al Centro Comercial para comprarlo ipso facto. Después de mucho plantarle al dependiente el recorte del Marca en las narices y de aburrirle con que quieres comprar ESE CHANDAL y no cualquier otra mierda de imitación barata que quiera venderte, al final consigues pantalón y chaquetilla y sin probarlos siquiera corres hacia tu casa.
El domingo por la mañana te pones el chándal para estrenarlo. Bajas a la calle y compruebas que con aquella prenda que le sienta a Ronaldo como a un dios del Olimpo tú pareces el yonkie del barrio. Y la pinta es la misma hasta tal punto que cuando entras a comprar el periódico la kioskera se atrinchera en la trastienda e intenta echarte a golpes de muleta para evitar que la atraques. Y gente desconocida se te arrima durante el paseo y te susurra al oído nombres de pastillas que no habías oído en tu puta vida.
Al final, tras varios domingos en los que se repite la misma historia (y la misma histeria de la kioskera) acabas tan harto del chándal como de la bicicleta estática que también habías comprado en el Hipercor, porque los dependientes tienen su corazoncito y cuando les meten una foto del Marca por las narices ellos se vengan colocándote en el mismo lote la Ciclostatic, porque a rencorosos y convincentes no les gana nadie. Ninguna bicicleta estática del mundo ha llegado a marcar en el cuentakilómetros más allá del kilómetro 100, ni siquiera los ciclistas profesionales han conseguido ese record porque nadie es capaz de soportar el aburrimiento de pedalear entre cuatro paredes quemando calorias. Los  fabricantes lo saben y los dos dígitos que tienen a la izquierda en el contador los montan fijos en cero para ahorrarse los engranajes. Porque ese contador es muy molón y cuesta una pasta, lo han diseñado los tíos que le montan el salpicadero a los Ferrari y las consolas a los de la Nasa; con el manillar también se lo han currado porque aquellos cuernos de cabra han pasado millones de veces por el túnel de viento. En cambio el sillín les ha costado cuatro perras en una subcontrata china y se te clava en el coxis como la vara de un picador. Una bicicleta estática es el instrumento de tortura objeto más inútil y que más puede estorbar en un hogar moderno. Al final, cuando ya te queman la vista la bici en mitad del salón y el chándal en el medio del armario, decides arrojar ambos al contenedor de la basura.

Lo más humillante sucede al día siguiente cuando compruebas que el yonqui de tu barrio ha rescatado el chándal de tu contenedor porque lo lleva puesto y al muy cabrón le queda como un guante. Y alucinas cuando lo ves rodeado de niños pidiéndole autógrafos porque lo han confundido con Ronaldo. Tras una humillación así juras y a Dios pones por testigo de que a partir de aquel día y hasta el punto de tu muerte jamás volverás a pisar el Bernabeu ni a leer el Marca y que adorarás a Messi sobre todas las cosas, el Barça será tu único dios y el Mundo Deportivo será su único  profeta.

lunes, mayo 07, 2012

DESMEMORIAS DE UNA FASHION VICTIM III

NOVAPEL




Ya os expliqué mi problema con la ropa. Me molesta probarla, me irrita comprarla, me jode combinarla, no soporto lavarla y plancharla ni te cuento.  La ropa me parece un atraso, algo indigno del siglo XXI que debería de haberse extinguido, una antigualla sin sentido en el mundo moderno. Y me ha dado por experimentar para descubrir algo que pueda sustituirla. Para siempre.

Al principio pensé en el tatuaje que viste pero no abriga y como soy muy friolero lo descarté enseguida. Un tatuaje queda muy chulo en la Polinesia donde pueden andar con los huevecillos al aire todo el año sin que se les escarchen pero a ver quien es el chulo que sale a la calle en Burgos en Febrero arropado con un par de ideogramas japoneses y un dragón chino un poco bizco.


Recordé que ya en mi miserable juventud, para ahorrar en condones, había intentado plastificármela en una copistería con tan mal resultado que la cosa casi termina en gangrena. Eso me dió una idea.
Después de mucho probar y probar con el Quimicefa de mi primo, traté de injertarme polímeros en la piel. Un poquito de neopreno para proteger las partes sensibles. Una mezcla de látex que aportaría sensualidad, un toque de goretex que garantizaría la estanqueidad contra la humedad, sin olvidarse de los agujerillos del Geox para transpirar que bastante disgusto había tenido ya con los pantalones del Travolta. Y también le puse borreguillo porque el borreguillo queda bien con todo. El resultado era espectacular, elegante a la par que práctico. Pero aquello picaba más que unos calzoncillos de cheviot. Descartado.

Intenté algo mucho más sofisticado. Me fui al taller de mosaico del hogar del jubilado  con un saco de escamas que me regaló el pescadero del barrio y cuarenta tubos de pegamento Imedio. Los abueletes se entretienen con estas cosas y esnifar Supergen es de las pocas alegrías que les quedan en la vida. El caso es que, con Parkinson y todo, se dan una maña de la hostia, y en unas horas me dejaron toda la piel del cuerpo alicatada con tanto arte que parecía la carrocería de un Lamborghini carenado de madreperla. Me admiré en el espejo, mi aspecto era deslumbrante, con la facha de un guerrero de la Marvel, un superhéroe con mi malla de megatitanio.  El caso es que, al salir a la calle, sentí frío porque este año el invierno ha venido muy largo y se me puso la carne de gallina. Como se me erizaron todas las escamas  parecia un armadillo en pie de guerra. Aquel traje olía a pescaducio y había atraído a  todos los gatos del barrio que al verme tan encrespado lo interpretaron como un gesto hostil y se enzarzaron a zarpazos conmigo en combate desigual. Resultado Gatos 13 Pazzos 0.

Descartado también el traje de pez me sentí un fracasado, un "loser". Contemplé mi triste figura reflejada en el espejo. Aquel cuerpo desnudo, pintarrajeado de tatuajes desvaídos,  barrigón , requemado y con la piel a retales, lleno de ronchas y picaduras, más arañado que el Ipad de Freddy Kruger  y lo peor de todo, tan peludo como un orangután hippie. Cuando más desolado me encontraba y a punto de renunciar a mis planes de repente tuve un golpe de inspiración y grité: "Eureka" que es una marca de chocolate muy rico que se fabrica en Donosti.
Contraté a unas peluqueras dominicanas que me trenzaron el pelo del pecho con tanto arte y tanta gracia que me tejieron un jersey de Lacoste con el cocodrilo y todo. El pelo de las piernas no dio más que para unas bermudas porque con el roce tengo todas las rodillas peladas. Con lo que sobró me hicieron una bufanda, una brocha de afeitar y un pincel con el que me hacen cosquillas en los pies que los tengo destrozaos de tanto bailar bachata con las mulatas para celebrar mi triunfo y el nacimiento de una nueva especie:  el Homo Textilis.

jueves, mayo 03, 2012

DESMEMORIAS DE UNA FASHION VICTIM II

GUERRA A LA VULGARIDAD




No me gusta comprar ropa. No lo soporto.

Quizás sea porque los mayores errores de mi vida los he cometido al salir de un probador, sobre todo debido a mi falta de carácter. No sé decir que no y siempre me compro lo primero que pruebo.

Mi primer gran error lo cometí alllaaaá en la lejana adolescencia encia encia encia.


 Descorro las cortinas después de una lucha agotadora para conseguir embutirme en unos pantalones de Travolta y le pregunto al dependiente :
   ¿Qué?¿qué tal?
El pobre hombre, abrazado a la percha,  me mira con ojillos de perro San Bernardo y balbucea, tratando de encontrar la menos descortés de las respuestas al contemplar aquella especie de morcilla matachana con patas.
   ¿Bi.....en?
  ¡ Cojonudo, ¿verdad? Ponme dos !
Porque yo jamás he devuelto una prenda después de habérmela probado. Sudo tanto en el vestidor que me da vergüenza devolver unos pantalones hechos un pingajo y no pasar por caja. Sudo tanto que, en El Cometa, cuando me veían entrar en probadores corrían a colocar una de esas señales amarillas de suelo mojado en la puerta. Y echaban serrín en el suelo.

Nunca debí comprar aquellos pantalones de Travolta. Porque los que usaban en Grease debían de ser de cuero de vacuno de Oklahoma o quéséyó, de yak del Himalaya. Pero los de El Cometa los hacían de algo parecido al plexiglás. Y el plexiglás tiene un defecto:  Que no transpira. Y el no transpirar tiene una consecuencia: Que no se filtran los pedos...
O sea que, inocente de tí, vas a celebrar tan buena compra y las prometedoras posibilidades de refregar cebolleta en la discoteca El Oasis gracias a  tu nuevo atuendo y te metes entre pecho y espalda una fabada espectacular. Al entrar en la discoteca te miras en uno de sus miles de espejos para despedirte por última vez de tu virginidad. Chequeas: Gomina en el pelo, peine en el bolsillo trasero, gafas de espejo y un cinturón de hebilla de calavera de lo más molón que mantiene los pantalones en su sitio, bien altos, para que luzca bien la mercancia. Pruebas a quitarte las gafas rajando patilla y mordiendo con intención las Rayban. ¡Perfecto!
 La fabada, mientras permanece entre pecho y espalda se comporta y guarda la compostura: Progresa adecuadamente. Pero en cuanto abandonan el torso  las díscolas habichuelas empiezan a alborotarse y a pelearse con el resto del compango. Pierden los modales y las formas de urbanidad: Cero en conducta.
Nadie oye nada porque los altavoces atronan y camuflan cualquier ruido. Tampoco nadie se huele nada de lo que está pasando porque el cinturón de calavera, abrochado hasta el último remache, garantiza la estanqueidad del conjunto. Pero entonces, en los pantalones que estaban tan monos y ceñiditos se forma un bulto sospechoso e itinerante, como si un hámster se paseara entre tu piel y la tela de la prenda. Y luego se forma otro hámster que empieza a corretear por la pata p'abajo. Y luego un montón seguido que ya parecen una manada de lemmings despeñándose por tus perneras. Y llega un momento en que, en su loca carrera se van juntando todos en torno a tus piernas y, de cintura para abajo, empiezas a parecer el muñeco de Michelin, pero en negro.
La gente empieza a mirar para tí, pero tú no eres todavía consciente de la situación. Y como te miran todos, tú te creces, y te pones a hacer el moñas en medio de la pista de baile cada vez más convencido de que esa noche pillas cacho. El pincha desde la cabina empieza a alucinar contigo  y el muy cabrón pone el disco de Grease. ¡Para qué quieres más! Te pones como loco a cantar  en falsete ¡Gryslaytin uoo Gryslaytin!  acompañado de la correspondiente coreografía: barrido horizontal de brazo con el dedo apuntando al personal, meneíto de cadera, pliegue del codo con doble tirada de la cadena de la cisterna y repetir en sentido inverso. Para dar más ambiente la pista empieza a llenarse de humo, la gente forma corro alrededor tuyo y te acompaña con palmas desacompasadas. Ojalá estuviera el Fradejas en la disco porque te seleccionaba fijo para La juventud baila. En pleno delirio te subes a una mesa llena de destornilladores y copas de Pilé 43 y rompes unas cuantas. Te deslizas sobre el cristal con tus zapatitos de chúpamelapunta. La vanidad y el metano se te han subido a la cabeza. Estás a punto de alcanzar el éxtasis cuando a un hijoputa al que le has tirado el cubata se le ocurre arrimar la llama de un mechero Bic a tu culo.

La policia le echó después la culpa al terrorismo. Unos que sí Eta, otros que si el Grapo. No, de AlQaeda no hablaban que de aquella el único moro que andaba por ahí era el que vendía hachís en los lavabos. El caso es que de El Oasis no quedaron ni los escombros y ahora en el solar van a construir un Hipercor. A mi me reconstruyeron como pudieron en la Casa de Socorro, Lo que más les costó a los cirujanos fue separar mi piel requemada de una extraña sustancia negra que se había adherido a mis muslos. No salían de su asombro.