miércoles, noviembre 30, 2011

MUNDO EDITORIAL I

Tengo que hacerles una revelación: "Los pilares de la Tierra" lo he escrito yo
He ido en varias ocasiones a la editorial para convencerles de que Ken Follet es un impostor.
Hasta ahora el único que me da la razón es un señor de uniforme que me acompaña muy amable hasta la puerta de salida. Por algo se empieza.



Letterpress from Naomie Ross on Vimeo.
Dejad correr el vídeo, que tarda en cargar, para verlo de un tirón.
Es una maravilla.

lunes, noviembre 28, 2011

PAELLA PARA UNO

A mi hermano Carlos, que dice que a veces lee el blog. Él dice que sabe leer, que nadie le abra los ojos a la evidencia, por favor.










Ayer cociné. Paella de alcachofas para uno. ¡Qué triste!
Podéis creerme o no pero es lo mejor que he comido nunca. Corrían las lágrimas por mis mejillas de lo buena que estaba. Me la comí yo solo y no os dejé ni un grano, no compartí mi creación con nadie. Fue como si Leonardo hubiera quemado la Gioconda nada más terminarla sin que otros ojos pudieran gozar de esa perfección que acababa de crear. Tanto arte en el plato, todo mio y todo para mí.

Con el sopor de la digestión me puse nostálgico. Echo de menos la promiscuidad. --¡Vaya cosa, como todos! --replicaréis. No hablo de esa promiscuidad. Me explicaré mejor:
Los que procedemos de familia numerosa añoramos aquellas  peleas a codazos en la mesa, reclamando un espacio como los lechones reclaman el pezón de su madre, o los nacionalistas las competencias territoriales; a veces a gruñidos, a veces a mordiscos. Las puntas del tenedor amenazaban al que había osado atrapar la última croqueta y la cosa  habría terminado en esgrima sin floretes trucados si mi madre no hubiera parado el lance a golpe de colleja. A veces pienso que el hule era muy práctico por si había derramamientos de sangre.
Echo de menos aquellas vajillas de Duralex blindadas, nada que ver con los platos del Ikea de ahora que andan desportillados de sólo mirarlos. La translúcida Duralex blanca, con los años, se iba volviendo opaca de tantos fregaos bajo el chorro del fregadero como si fuera un cristalino enfermo de cataratas. Desde la alacena la miraba ufana y desdeñosa la Duralex ámbar, la de los domingos, la que transformaba la simple Casera en una bebida exótica, tan  sofisticada como nosotros. La Duralex verde... ¡ésa era la que tenía la tu madre que fue una ordinaria toda su vida!

Los domingos tocaba  paella, claro, y mi padre siempre repetía que estaba mala porque se le llenaba la boca de granos. Domingo tras domingo. Año tras año. Como si cada vez fuera la primera que contaba el chiste malo."The sense of humor" de los Pazzos: original, fresco, superingenioso y ocurrente. ¿entendéis mejor ahora de que lodos vienen estos barros?
Eramos ocho, pero teníamos más hambre que los doce apóstoles después de la Cuaresma cuando vieron que Jesús se presentaba sólo con un pan para la cena. --Esta va a ser la última --amenazó Judas. 
Y después del arroz, los ocho, que pesábamos ya como doce, nos tumbábamos todos en el tresillo para ver en la tele a Maguila Gorila. ¿La palabra tresillo tiene algo que ver con tres? En mi casa el tresillo era un mueble que se cambiaba muy a menudo, vete tú a saber porqué.
A veces el marisco de la paella nos jugaba una mala pasada. Mi madre había examinado con mucha atención la gamba (femenina  y singular, femenina mi madre y singular el crustáceo). Aquellas patitas negras y aquellos ojos saltones de puro irritados por el ácido bórico que suplicaban clemencia la hicieron dudar un poco pero al final la sacrificó sin piedad en la paellera donde enrojeció como un guiri en Benidorm (como comprobáis, el sofisticado humor de los Pazzos ataca de nuevo). Total que aquella gamba, saboreada en régimen de multipropiedad, nos causaba estragos intestinales la muy puta y rencorosa. Ante el único baño se formaba una cola que luego inspiró a un publicista de la Once que vino un día de visita por casa. A diferencia de la hora del desayuno en que mientras uno se duchaba, otro se lavaba los dientes, aquel meaba, mi madre ponía la lavadora, mi padre se afeitaba, otro se peinaba, mi hermana nos despeinaba a todos con el secador, en esos momentos de desahogo intestinal respetábamos escrupulosamente la intimidad de cada cual. La respetábamos aporreando la puerta con la desesperación de un Pedro Picapiedra con retortijones. Al grito de "espabila Favila, que viene el oso" (Pazzos's humor again) tratábamos de conminar al asediado extreñido a descorrer el cerrojo y abandonar el castillo.  En la puerta del baño quedó un agujero para siempre que hizo mi desesperado hermano sirviéndose de sus botas Gorila como ariete. En la era pre-Airwick tomar la plaza así como así, con el asiento aún caliente, la cisterna zumbando y goteando sobre tu cabeza, y el papel higiénico todavía dando vueltas en el portarrollos  era toda una temeridad; los héroes de la central de Fukujima unos cagaos al lado nuestro. Pero la necesidad aprieta. Yel papel del Elefante rasca. Son dos de esas verdades que te va enseñando la vida. Tus primeras dudas existenciales las tenías cuando tratabas de escoger entre la cara satinada que resbalaba y la otra que te desollaba vivo. Mirabas con desolación aquellas 400 hojas envueltas en papel de celofán, cogías aquel rollo como Hamlet la calavera y declamabas: "No pienso, y también existo, ergo a la porra Descartes " (The philosophy of the Pazzos is not bad either).

Pero bueno, con tanta metafísica me he perdido, ¿de qué iba este post? ¿qué era lo que echaba de menos?

miércoles, noviembre 23, 2011

DIARIOS ESTELARES: EXPLOSIÓN DE BURBUJA DEMOGRÁFICA EN DUBLINIA.

Cuando leí el manifiesto de carga me froté la barbilla con preocupación. Nuestra nueva misión era más peligrosa que aquella vez que cargamos nitroglicerina caducada a través de las turbulencias de una supernova y esta singladura iba a requerir más delicadeza que cuando realizamos un transporte de cactus a bordo de un Zeppelin.

El cinturón de asteroides del Eire fue repoblado por emigrantes de la vieja Irlanda. Ningún sacerdote los acompañó en aquel éxodo porque, a comienzos del II Milenio, sufrieron una terrible persecución religiosa por un quítame allá esas pajas: total por unas inocentes fellatios, unas manu stuprare  y otras prácticas piadosas con menores que realizaban durante sus ejercicios espirituales. Pese a la ausencia de los líderes de su Iglesia, los habitantes de la nueva colonia preservaron su endémico rechazo al látex profiláctico lo que les condujo a una superpoblación incontrolable.

El gobierno dubliniano, presionado por la Autoridad Imperial,  decidió aplicar un recorte demográfico.  El   chambelán de Economía, el honorable Jonathan Swift XVI en su célebre edicto “A modest proposal” encontró una solución sencilla y práctica. De aquellas criaturas se podría obtener un excelente foie gras que tendría muy buena salida en los mercados orientales del Imperio que se pirraban por las delicatessen.

La organización clandestina  “Save the pibes” nos había contratado para eludir las draconianas medidas de ajuste y alejar de su destino a una piara  un grupo de chiquillos. Además de peligrosa, la mercancía era ilegal, contrabando puro, tráfico de menores. La ley sería muy dura con el que cruzase la frontera con todo aquel alijo de paté en potencia. Apagamos  el propulsor y nuestras luces de posición, dejamos que la inercia nos arrastrase a una bahía de atraque solitaria y abandonada. También sin luces, se nos aproximó una nave nodriza de la ONG que se situó a nuestra vera.  Ayudada por un brazo mecánico acopló su módulo de carga Ulises I en la bodega de nuestra nave y se largó cagandoleches.




Aparte de ser de un color verde moco, sus orejas puntiagudas y tener cada uno 6 brazos, aquellos chavales eran iguales que el resto de los niños: una panda de cabrones. Sus manos acababan en una especie de garras, por su aspecto parecían las uñas de un terrible felino, pero tenían la consistencia de los pelos de una marta cibelina. Cuando te acariciaban con aquellos dedos sentías unas cosquillas insufribles, te entraba una risa irreprimible y acababas  empapando los pañales de incontinencia.
Salieron en tropel por la escotilla de la bodega. Sus seis brazos resultaron muy aptos para tocar todo lo que no se puede tocar en un ingenio espacial, sintieron una atracción irresistible por el freno de emergencia, la ventanilla de evacuación y su martillito tan tentador, el botón de eyección...  A través de la escotilla observé horrorizado como uno practicaba esquí acuático en el exterior de la nave sujeto a una de las mangueras de incendios. Lo metí para adentro  tirándole de la oreja y entonces comprendí por qué las tenían tan puntiagudas. Nuestro escudo térmico había impedido que se chamuscase en exceso.
Los que quedaban dentro se dedicaron a vaciar los extintores para formar una piscina de espuma.  Dentro de aquel mar de babas las puntas de sus orejas asomaban en la superficie, tan amenazantes como las aletas de un cardumen de tiburones a la hora de la merienda. Recordé algo:
--¿Tenéis hambre?
--¡Síííííí! –gritaron, con la unanimidad propia del referéndum de una dictadura.
Encargamos 180 pizzas cuatro solsticios. El pedido nos lo sirvió Nguyen, el motorista vietnamita que tienen en plantilla los de Cosmopizza para los envíos  especiales.





Al acabar la pizza un silencio sobrecogedor invadió la nave y todos los niños desaparecieron. Pensé que con la merienda les habría entrado el sueño y   al ver la cabecita de uno tumbado me tranquilicé. Me duró poco. ¡¡¡Habían empezado a jugar a los médicos!!! Llegué justo a tiempo para impedir que, a uno que habían amarrado a la camilla, le extirparan el páncreas. Volví a meterle toda aquella viscosidad dentro y cerré la incisión con la grapadora. El apéndice de aquel mocoso desapareció flotando y nunca más volvimos a verlo.
Destaparon el polvo de plutonio radioactivo que utilizamos para avivar la  estufa de carbón en el invierno. Pensaron que eran polvos de pica-pica y jugaron a metérselos unos a otros por la espalda.  Al más gordito, se los metieron por la boca porque algunos lo acusaban de haberlos dejado sin pizza. Al anochecer la bodega se pobló de pequeños dublinianos fosforescentes  que revoloteaban zumbando como luciérnagas hiperactivas. El gordito parecía un gusiluz y todos los demás le observaban el abdomen y le pulsaban el ombligo por ver si se apagaba.
A Sozzap lo adoptaron por mascota. Cuando se durmió, le metieron gusanitos en la nariz para ver si dejaba de roncar. Poco a poco fueron cayendo fritos y se durmieron abrazados a él.  Sozzap, por no conocer no conoce lo que es un tabú y es el ser más pervertido de la galaxia, pero jamás abusó de una ameba antes de que alcanzara la mayoría de edad. Porque hasta él, que es la materia gris más gris y estúpida del Universo es capaz de comprender  que con los niños sólo se disfruta jugando como se juega con los cachorros. Y ese juego es el más divertido y tierno al que puede jugar un adulto.
Con todos dormidos y una vez la casa sosegada retomé los mandos de la nave. Pero no todos dormían. Un repelente niño gafotas observaba mis maniobras a mi espalda.
-- Si corregimos el rumbo a 260º Norte e incrementamos la velocidad a 900.000 match aprovecharemos el empuje  gravitacional de esa estrella gigante roja y a través de un agujero de gusano recortaremos la duración de nuestro viaje en un 70%.
Y se puso a pulsar teclas a toda velocidad, sin darme tiempo a detenerlo. Casi me da un soponcio cuando atravesamos las puertas de Tannhauser sin frenar y arañando toda la defensa.
Amarré a aquel pitagorín en la mesa de operaciones, desperté a aquellos aprendices de cirujano y les puse un bisturí en la mano.
--Venga niños. Ahí tenéis.
Pero una vez que a los niños les das permiso para algo pierden todo el interés…
He de reconocer que con la maniobra del mocoso atajamos  un montón y llegamos a destino en un pispás, esa unidad de tiempo que inspiró a Einstein su teoría de la relatividad. Cumpliendo las instrucciones de “Save the pibes” los desembarcamos en un planeta habitado por unas amazonas que convivían con gatos y preparaban rosquillas.
Arranqué los motores. Metí primera. Noté la palanca de cambios un poco pringosa. Aquellos cabrones la habían untado con Loctite. Despegamos (bueno, a mí me costó mucho trabajo despegarme). Sozzap aplastó su nariz todavía llena de gusanitos contra el cristal de la escotilla. A él también le costaba despegarse de aquellos monstruitos que nos decían adiós con sus seis manos y sus treintaiséis dedos.  A medida que nos alejábamos pudimos comprobar que aquella masa verde esmeralda que se agitaba tenía la forma de un enorme corazón palpitante y lleno de vida.

GOOGLE HOMENAJEA A STANISLAW LEM

Pulsa aquí para ver como era el doodle


Como todos sabéis (y el que no lo sepa que disimule) el verdadero autor de los Diarios Estelares fue el maestro Stanislaw Lem. Lo sé, soy un impostor, podéis escupirme a la cara.

Hoy hace 60 años desde que publicó su primer libro Los astronautas. Con tal motivo los chicos de Google le han dedicado su Doodle al escritor polaco. Acompañando a unos dibujillos animados muy simpáticos  podéis recorrer alguno de los universos que tanto nos gustan a Sozzap y a mí. El recorrido de punta a punta de la galaxia no os llevará más de cinco minutos. Cosas del espacio-tiempo.
Os animo a que pulséis en el enlace y veáis como se jugaba con los robots, es sencillo y siempre será más divertido que leerme.



P.S. ¿Sabrá alguien dónde jugar con los doodle antiguos?

martes, noviembre 22, 2011

No leemos, no sumamos, no escuchamos III

No escuchamos
escultura de Baldessari
No escuchamos, no sabemos escuchar.
He vuelto a apuntarme a clases de inglés por enésima vez.  A los españoles no se nos da bien hablar idiomas. Nuestros dirigentes no los dominan y es una de las razones por las que otras potencias nos tienen dominados.
Se habla mucho de las razones por las que se nos dan tan mal los idiomas; que si las películas las vemos dobladas y con ruido de palomitas de fondo; que si tienen poco espacio en los programas educativos; que si el sistema fonológico del español, con pocos sonidos y una gran distancia fonética entre ellos, nos dificulta la comprensión de los sonidos de otras lenguas; que si el español es un idioma tan superior a todos los demás que para qué vamos a aprender otra cosa…

Pero cada vez estoy más convencido de que el problema de fondo es que: NO ESCUCHAMOS.  Prestamos poca atención a lo que dice el otro. Seamos honestos, ninguna atención. Lo único que nos preocupa es captar una o dos palabras de su discurso para colocarles nuestro rollo, ese que tenemos tan bien pensado, que es tan brillante, a ver si lo dejamos con la boca abierta y, a ser posible, sin palabras. El interlocutor sólo sirve para darnos el pie sobre el cual montar nuestro despliegue de genialidades, pero que después se quede calladito y no nos robe protagonismo.

El monólogo es el género teatral ibérico por excelencia. Don Juan tirando de labia y no esperando de Doña Inés otra réplica que un asentimiento de cabeza, y un abrirse de piernas lo más rápido posible. Trato de recordar un diálogo teatral famoso en lengua castellana y no me sale ninguno, esas mariconadas las dejamos para Platón y los griegos. El diálogo es cosa de pusilánimes. No podemos dialogar con terroristas, sería una debilidad. En lugar de dialogar nos encanta dictar ¿HABRÉIS TOMADO  NOTA?, ¿NO? Pues eso.

No escuchamos,  interpretamos. Y seguimos la consigna de los intérpretes: Traduttore=tradittore  (no sabremos idiomas, pero el italiano lo dominamos todos los españoles, de eso presumimos ufanos, ¡gracias, Rafaella!). Cuando aparentamos escuchar, con una pose muy estudiada,  la barbilla apuntalada entre el índice y el pulgar, por un oído nos entra y por el otro nos sale.  Y el mensaje nos sale distorsionado, como en el juego infantil del telegrama, lo repetimos a nuestra manera, lo mejoramos, por supuesto, y lo hacemos irreconocible, ¡cómo no!

Nos horroriza escuchar nuestra voz en una grabación. No es extrañeza, no es pudor, no es vergüenza, es culpabilidad.  No queremos enfrentarnos a la prueba máxima de nuestra estupidez : la voz exterior "extridente", chillona, tartajosa, no se corresponde para nada con nuestra voz interior que creíamos tan armónica y ecualizada, hasta oirla no nos habíamos dado cuenta. Y nos percatamos entonces que  ni siquiera nosotros mismos nos  escuchamos las gilipolleces que decimos. Esas que las escuche el otro.

No escuchamos.

No te escucho.

No sé lo que de verdad quieres

Y parece importarme tan poco...

lunes, noviembre 21, 2011

ABECERDARIO


Wenceslao Tenorio era un bibliotecario metódico y puntilloso en todos los órdenes de la vida. Escogía siempre a sus amantes por riguroso orden alfabético: Ana, Beatriz, Carmen, Dolores, Eva...
Cuando llegó a la Ñ abrazó el celibato por el resto de sus días con el fervor furibundo de un converso.

sábado, noviembre 19, 2011

JORNADA DE REFLEXIÓN

INSTRUCCIONES PARA VOTAR

  1. Coge un sobre vacío.

       2.  Compara las distintas candidaturas


3.  Escoge cuidadosamente el candidato que más te guste



4.  Introduce tu voto en el sobre.


 5.  Ahora sólo tienes que ir a depositarlo en la urna y dejar tu Destino próximo en manos del ganador.



P.S. Aunque en la foto todos los embutidos parecen iguales hay un gran surtido donde escoger:

Hay chorizo de pueblo y longaagoniza. Hay choricillos rojos en ristra y chorizos verdes (sí, un poco verdes sí que están). Hay butifarra catalana, fuet integral, txistorra normal y txistorra picante quetecagas. Hay morcilla de arroz (aunque casi nos dejan sin arroz) y morcilla de compango. Hay sabadiego grasiento, hay mucha cabeza de jabalí y morcón (¿o era morzón?) ibérico que repite mucho.
 Y aunque aquí no sirven mortadella italiana porque está caducada tampoco podemos elegir las salchichas alemanas pero seguro que son las que al final se nos indigestan y acabamos todos comiendo chopped.

viernes, noviembre 11, 2011

DIARIOS ESTELARES: PARADA DE MANTENIMIENTO EN LOS SUELOS DE AJAX

NO ME PISES LO FREGAO



Las pelusas amenazan con devorarnos (y no es una metáfora). Revolotean hambrientas por la cápsula como dientes de león, esa flor terrícola empeñada en contrariar la ley de la gravedad con su insoportable levedad..
Todos los viernes pasa por nuestra estación espacial  doña Engracia Impoluta  a limpiar la nave. Después de dirigir una mirada rencorosa hacia Sozzap, se dirige muy digna hacia el armario de la lejía. Se calza sus dedos anchotes en  los guantes de goma con el desafiante gesto de un proctólogo, sin olvidarse jamás de dar ese latigazo con el látex que es siempre el preludio del dolor.

Mientras está en la nave ella toma el mando como hacen los prácticos cuando los petroleros tienen que entrar en puerto. Sozzap y yo nos sentamos acurrucados en el sofá ergonómico, presos del pánico, con los pies en el aire para que barra debajo.  Pobre del que ose bajar un pie, porque armada con el palo de la escoba es tan  temible y  precisa como un samurai practicando  Kendo. Al menor asomo de rebelión, si abandonamos nuestro lugar de confinamiento,  nos atiza con el mango en las costillas atajando el tumulto con más eficacia que una brigada de antidisturbios.  Su arsenal de armas químicas es inagotable,  lo rocía todo con amoníaco al que aparentemente es inmune;  mientras que con los vapores el rostro de Sozzap adquiere una coloración tornasolada ella inspira tan ricamente como si se columpiara en un jardín de rosas.  Tiene la teoría de que el salfumán es bueno para todo y en alguna ocasión la pillé rellenando con ese desinfectante los botes de polvos de talco que reserva Sozzap para esas ocasiones especiales en las que requiere los servicios de un ama muy maternal.

Doña Engracia es también una fanática del AirWick. Los tiene de todas las fragancias y  tamaños, en su armarito acumula recambios suficientes para transformar una granja de cerdos en una fábrica de Chanel 5. Y tiene la manía de pegarlos en los lugares más insospechados, el interior de la nevera o  en medio de la pantalla de plasma –es porque no ven ustedes más que guarradas –se justifica. Dentro de los condones encontramos a veces bolitas de naftalina. Sozzap, por pereza, no las quita nunca, dice que aparte de la placentera sensación de castigo le pone mucho  la vaharada de alcanfor que le atufa las narices en cada embestida. Además está convencido de que es el único espermicida eficaz para él.  Yo apruebo esta conducta, no puedo ni imaginar que sería del universo mundo si Sozzap tuviera descendencia.

Cuando la señora Engracia le da cera al piso saltan todas las alarmas de la estación espacial. No sólo nos obliga a caminar con dos pañitos en los pies para dar brillo al pavimento sino que como a la semana que viene detecte que se nos ha olvidado una sola vez utilizarlos es muy capaz de encerarnos el estómago. Si hemos sido malos nos aplica el método Netol: nos abofetea con los dos guantes a la vez; luego fricciona y estira de los mofletes hasta que tenemos las mejillas de un trompetista jubilado: lo que se dice unos buenos mejillones.

Doña Engracia canta siempre mientras trabaja. Acostumbrado como estoy a la voz de Sozzap escucharla resulta una experiencia tóxica aunque no mortal. De vez en cuando, en medio de la canción clava la fregona en el suelo  e improvisa unos pasitos de baile. Cuando está muy crecida coge la fregona con las dos manos y se marca un poquito de claqué. Las paredes de titanio de la nave tiemblan  y  se resquebrajan.  Todos los sismógrafos del Universo recogen de cuando en cuando unas inexplicables oscilaciones; ya sabéis a que se deben. Estos arrebatos artísticos suelen coincidir en el tiempo con las sisas que detectamos en la botella de Chinchón del mueble-bar.

Cuando acaba su tarea, doña Engracia se despide con un gruñido, una nueva mirada de profundo desprecio hacia Sozzap  y, al salir,  un vistazo en derredor antes de declarar:     –Espero encontrarlo todo la semana que viene tal como lo dejé, de lo contrario tendré que esterilizar TODA la nave –. Y recalca TODA sin parar de clavar sus ojos en nuestras encogidas partes. Después atraviesa la compuerta de salida con gran  dificultad, forzando el metal que se dilata  a su paso, protestando quejumbroso,  como el esfínter de un estreñido. En el espacio exterior, en el muelle de atraque,  la aguarda armado de paciencia su diminuto marido montado en un sidecar. Se monta y los vemos partir escorados.  Lentamente, su silueta se recorta a lo lejos en el horizonte eclipsando con suavidad la luz roja de la estrella Aldebarán. No entendí la causa del llanto en los ojos de Sozzap hasta que sentí correr las lágrimas por mis propias mejillas. La imagen de una pareja, por grotesca que sea, abrazándose bajo el palio de la luz crepuscular es de un romanticismo insoportable.



No os perdáis a Wenarto, un castizo que se atreve con "La Menegilda" y con todo lo que le echen.

domingo, noviembre 06, 2011

No leemos, no sumamos, no escuchamos II

NO SUMAMOS

Make every child count.
Advertising Agency: 141 Sercon, Mumbai, India
Creative Directors:
Rajiv Menon, Uday Patwardhan
Art Director: Deepak Khapare
Copywriter: Sandesh Parkar

No sumamos, no sabemos sumar. nos da pereza sumar.
El ciudadano no se complica en sumar, paga y calla, pierde el control sobre su cartera como pierde el control de su vida. ¿Has sumado tus gastos de hoy? ¿Podrías decir lo que suman tus gastos del mes? Si has respondido SÍ eres realmente un ser único, una especie en vías de extinción. La adicción a la adición no es la droga de moda precisamente. Nos ahorramos el esfuerzo mental del cálculo, odiamos las matemáticas desde pequeños. Somos capaces de realizar en nuestro trabajo los cálculos precisos para poner un satélite en órbita pero cuando vamos a pagar la cuenta del supermercado no tenemos ni puta idea de lo que van a cobrarnos. Esperamos a que la cajera del Mercadona nos azote la Visa a la cara para reconocer que tenemos que descambiar el Jabugo 5Jotas por el Chopped 5Chicharrones.

Tampoco suma el alcalde,el ministro, el gobernante; confía en que otro lo hará por él, pero ese otro delega en otro, que a su vez delega en otro que es, al final, el que siempre se  equivoca. La única aritmética que entiende el político es la aritmética electoral. Sólo usan el más para decir "Y tú más". Jamás suman pero, si los dejan, sustraen todo lo que pueden.

No suma el empresario. Nada le importan los sumandos, tan sólo le importa el resultado. Cuantos más dígitos mejor. En un juego cromagnon de ver quién la tiene más grande, se salta las sumas obsesionado en multiplicar los beneficios. Y su codicia le conduce a veces a multiplicarlo todo por cero.

No suman los economistas,  ni quienes dirigen los Bancos Centrales,  ni siquiera los Masters del Universo se entretienen en sumar, ¿para qué perder el tiempo? lo suyo es el vértigo del crecimiento exponencial, la magia de los números imaginarios. Capital es un nombre no contable, se empeñan en medirlo, en describirlo, proclaman dogmas del tipo: Los mercados no precisan normas porque se regulan ellos solos, y celebran un juicio sumarísimo contra todo aquel que ose contradecirles. No saben sumar riesgos, no supieron sumar las consecuencias de su ignorancia y no esperemos que a-suman ni sus errores de cálculo ni sus responsabilidades.
La culpa es nuestra porque les dejamos que  consumen todos estos atropellos.
No sumamos.
Si lo hiciéramos, sabríamos que nosotros somos más que ellos.

Resumo:

Lo peor de todo es
que he perdido la cuenta
desde la última vez
que tú y yo nos sumamos.