martes, abril 07, 2020

LA RISA ES CONTAGIOSA





El Central African Medical Journal en 1962 daba cuenta de una terrible   epidemia de risa incontinente que se expandió como reguero de pólvora por el África Oriental.

El brote surgió en una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. En la pequeña aldea de Bukova al norte de Tanganika.
Como en el Palmar de Troya, la cosa arrancó con tres pastorcillas que se contaron el chiste del perro Mistetas:
Las niñas no logran contener la risa. La maestra misionera se agarra un cabreo que se le eriza la toca. Cuanto más se cabrea más incontenible se hace la risa que se extiende a los pupitres de la misma fila, luego a toda la columna. Al final toda la clase, incluida la profesora, se une en una carcajada atronadora unánime, todo aquel coro de piñatas abiertas forman una galaxia de marfil sobre un firmamento de chocolate.
La clase contigua, la de los chicos, escucha, a través de un tabique de chichinabo, el escándalo de las alumnas de al lado. Al principio asombrados, hasta que un mozalbete intenta contener una risotada apretando los labios. Se le escapan los mocos. Los compañeros, que lo ven, estallan en carcajadas. El profesor golpea la mesa con la regla durante media hora, tratando de imponer el orden. Se rinde y se refugia en el despacho del director. Atrincherados allí, al ver que, pasadas varias horas, la histeria no remite y se ha contagiado al resto de las aulas, deciden reportarlo al Inspector de Educación que ordena el cierre de la Escuela. 

Que cierren la escuela es un motivo de felicidad para cualquier niño sano. Regresan a sus aldeas caminando doblados, con una mano en el costado por el flato que provoca tanta risa. Sin poder hablar, explican a sus familias por señas lo que ha pasado; los aspavientos descontrolados de los chavales al contarlo desencandenan ataques entre sus parientes. Cae la noche y el sueño no puede con la risa. Durante un instante parecen controlarse pero el silencio dura un segundo. Un pedo inoportuno retumba a través de las pajas de una choza y se vuelve a desencadenar el huracán del jolgorio. 
Al día siguiente, ojerosos pero con lágrimas de felicidad, nadie es capaz de ir a trabajar a las plantaciones. Los propietarios, contrariados, explican la gravedad del asunto por teléfono al gobernador, éste toma el asunto en serio,  pese al cachondeíto que le llega desde el otro extremo del hilo telefónico. Cuelga y llama por el teléfono rojo al presidente, que decreta el Estado de Emergencia Nacional dando palmadas en la espalda a los demás miembros del Consejo de Ministros que también se tronchan mientras redactan el edicto.

(Esta pandemia fue real. La aldea de  Bukova y la fecha son correctas. El resto... bueno, algunos ya sabéis lo fiel que suelo ser narrando los acontecimientos... 
El origen de la epidemia sigue siendo un misterio. Desapareció al cabo de unas semanas, sin secuelas y de un modo tan inexplicable como su aparición.
Tuve noticias de esta epidemia en el muro de la fabulosa Maria Gelpí Rd que nos recordaba también las epidemias de danza de Alemania e Italia entorno al Siglo XV).

Brotes de risa similares se han detectado en la isla de Jamaica. Es una  enfermedad endémica entre adultos de religión rastafari.

lunes, noviembre 04, 2019

TOMBUCTÚ



Si el Universo tiene un centro, está en el mercado de esclavos de Tombuctú.
Los vientos alisios portan esencias deliciosas que llegan desde los cuatro puntos cardinales. La brisa combina los aromas de las especias y las especies con artes de perfumista. 
Las pezuñas de las bestias imprimen en la arcilla blanda los jeroglíficos de un alfabeto nómada: Las picudas incisiones de las cabras y las ovejas, aderezadas con sus aceitunas negras, se superponen a las señales más grandes que dejan con sus cascos los búfalos de agua (tan fuera de lugar en este desierto) y las muy cornudas vacas que pastorean los watusi, unas improntas inconfundibles con su forma de grano de café y semiocultas entre sus enormes bostas humeantes; la obscena huella del camello, la más profunda y espaciada en su trote sandunguero,  está punteada por pardos pelotones parcos en paja y ayunos en agua. De tanto en tanto, la poderosa y almohadillada marca del elefante,  esa enorme luna circundada por cuatro satélites más pequeños, queda eclipsada por una montaña churretosa que añade más fango al barro.
Un pespunte de herraduras, huellas de sandalias y de pies descalzos trenza una orla en el borde de la inmensa plaza. Sigo esta senda que se detiene justo al lado del podio de la puja.
El primer lote  subió al escalón.  Una tribu nubia deslumbraba  al sol con el lustre de sus pechos de azabache bruñido y humillaba a los mercaderes con sus penes de garañón. No mostré mucho interés por esta tanda.
Por el pedestal fueron pasando kurdos gigantescos;  bárbaros greñudos y pelirrojos, con la piel desgarrada por nuestro sol infame; jinetes mongoles tan inseparables de su caballo que nos hicieron recordar aquel tiempo en que no era raro subastar centauros del desierto en el mercado. Todos ellos fueron entregados al mejor postor.
Como en todo mercado, el peor pescado se vende el último. Para el remate, quedaron una pareja de pigmeos, bastante mermada de dientes y algunos hombrecillos de ultramar, amarillos de semblante, muy chillones aunque con dedos habilidosos dignos de un alfarero. Fueron malbaratados a un trapero asqueroso.
El penúltimo esclavo en subirse al escabel fue un cautivo de los bereberes. El hombre, más viejo que joven, enjuto y barbicano, tenía una lengua  afilada, suelta y demasiado soez hasta para un mercado. Estaba tullido de un brazo que seguro habría perdido en una pendencia. Nadie quiso interesarse por un tarado de tanto genio, le volvieron a poner otra vez los grilletes y de él nunca más se supo.
No quedaba sin dueño más que un hombre de aspecto moribundo con sus ropajes oscuros. Moreno de pelo y pálido de rostro, con unas mejillas tan chupadas que le agrandaban sus orejas y la triste asimetría de unos ojos de mirar melancólico. Tenía el pecho débil de la gente que tose mucho y unos brazos flojos, casi ridículos, tan esqueléticos que poco servirían para empujar  y,  mucho menos, para ayudarme a amasar.
Pagué por Gregorio trescientas boñigas. Es todo lo que un escarabajo, pobre  como yo, podría permitirse.



lunes, febrero 05, 2018


Como muchos sabéis me dedico a testar todas las  novedades que presentan en los anaqueles del Mercadona. Aún no he conseguido que me paguen y el guardia jurado no deja de perseguirme por los pasillos pero todo se andará.

Hoy le ha tocado el turno a las toallitas higiénicas para el WC. Previstas en un principio para asear el delicado culito de los bebés, esta sociedad infantilizada y pedófila, al grito de culo veo culo quiero, ha extendido su uso a los adultos.
El papel higiénico húmedo viene en unos contenedores con tapita que es conveniente cerrar tras cada uso. Si no, el papel se reseca y te puedes pasar semanas lijándote la almorrana hasta que caes en lo de bajar la tapita. No os lo recomiendo. El mecanismo dispensador no funciona del todo bien, unas veces te dejas las uñas porque la toallita quedó para dentro y otras veces salen diez de golpe que puedes reaprovechar para sacarle el moho a los azulejos.
La textura y el olor son agradables, su aloe vera te deja el perineo con un cutis de magnolia y la camomila te arrubia el rizo púbico que es un primor. La temperatura se podría mejorar, dicen que van a sacar otra versión de luxe con calefactor para evitar el choque térmico.

Sabéis que no soy muy partidario de los inventos demasiado eficientes. Los que nos hemos destetado la virginidad de nuestro ojete con el áspero papel de El Elefante y dudábamos entre utilizar la cara satinada e ineficaz o la rugosa y torturadora, esa generación, digo, tendrá orgasmos prostáticos con la delicadeza de este tissú lubricado. Pero su eficiencia se convierte en un problema. Por más que frotes, aquello sigue arrancando suciedad. El papellillo juguetón recorre  ranurillas inexploradas en su afán limpiador. Has gastado siete, te has hecho un fisting que te has niquelao hasta el píloro, miras la octava toallita y aquella blancura no te satisface, como si fueras una comadre gitana haciéndole la prueba del pañuelo a Manoli la Purgaciones o la señora aquella del spot del detergente que preguntaba a la vecina: "Pepi ¿con qué lavas?".
Decidí no airear mis inmundicias por el balcón y dejar en paz a mi vecinita pidiéndole consejo sobre blancuras, pues anda un poco hosca conmigo por noséqué de unas bragas que le desaparecen del tendedero.
Así que arrojé aquel papelajo con su rayita de canela pintada como hacemos todos, por el inodoro y tirando de la cadena. Y ese es el problema de este gran paso para el orto y un pequeño paso para la Humanidad.
Avisan las autoridades de que las toalluelas son el terror de los botes sifónicos, los desagües, las cañerías, las plantas depuradoras. Que aquello se amazacota, fragua, se apelotona y no hay deshollinador que lo desatranque. Los especialistas en aguas fecales, aguas negras, grises y pardoanaranjadas no dan con el remedio. Las toallitas no se degradan y son tan indestructibles y persistentes como la sonrisa de Jordi Hurtado.

El desastre llegará cuando Mercadona abra tienda en China. Porque intuyo que hasta nuestro rústico papel del Elefante le tendría que parecer una maravilla a un país que califica a sus WC públicos con moscas en lugar de estrellas como hacen los hoteles. Y en cuanto los chinorris le cojan el gusto a limpiarse los tarzanines con el papel húmedo, atasquen la Gran Alcantarilla y aquello reviente...

...lo de un mundo de mierda dejará de ser una hipérbole y una frase hecha.

domingo, enero 28, 2018

LA RESONANCIA



Tengo dudas.
No sé si la puerta que nos conduce al futuro es la de un hospital moderno o la puerta chica del Imaginárium. Como de la juguetería ya me han desatascado varias veces tratando de forzar la portezuela decidí probar suerte con la entrada de un sanatorio, que los uniformes de enfermera me gustan casi tanto como las piscinas de bolas.
Una ninfa con cofia blanca me condujo hasta un cuartito y me dijo que me desnudara. La cosa prometía pero me mosqueé en cuanto me pidieron que no me quitara los calcetines, pues ni en el Arrumako's (que las chicas son como de la família) te permiten las confianzas de dejarte los ejecutivos puestos. Me dio bajona cuando me pasaron una de esas batas de pedo libre que se amarran por detrás, quise demostrar que soy segundo Dan de Shibari y la até con tanto garbo que  me quedé con el lazo roto en la mano. Tuve que hacerle un agujero para amarrarla que aquellas telas eran más malas que las del Primark, la tela se rasgó y me quedé hecho un guiñapo. Desde el espejo me miraba un teletubbi verde, en canillas, con unas calzas de plástico azul y los calcetines puestos; por un momento pensé que me iban a soltar en la carroza de la cabalgata de Reyes de Chueca.
La radióloga, con toda la seducción de su magnetismo animal,  me ofrece  un par de pilulas naranjas tan grandes que piensas que debe ser droha de esa buena que le daban al Maiquel Yakson. Te las metes con ansia en la boca pero aquello es peor que el corchopán que vende el camello del barrio. La doctora te da una pijotilla en el cogote para que escupas y te susurra al oído con dulzura: "¡¡¡Son tapones pa los oídos, peazo mamón!!!
Te encasquetan una máscara de las que usan las tropas imperiales de Star Wars y te tumbas en una hamaca bien forrada en papel de cocina por si te cagas en la camilla. Por si te entra el pánico te ponen en la mano un interruptor vintage que parece la perilla del dormitorio de tu bisabuela  Un hilo de babilla churretea desde tus oídos; por un instante piensas que ya se te han licuado los sesos pero caes en que es la baba que escurre de los tapones. La camilla se mueve como la cinta del Mercadona y te meten en una lavadora de esas gansas en que se lavan los Piolines de la tómbola.
Cuando te introducen en el vientre de la bestia recuerdas que no puedes llevar nada metálico y te acuerdas de la pasta que te ha clavado el doctor Mondrián por hacerte los empastes. Te imaginas  con la piñata colgando de un imán de herradura. Aprietas la mandíbula con más fuerza que un pitbull de esos que no sueltan la presa ni quemándoles los cojones.
Ya dentro del tambor la cosa empieza a hacer ruiditos  porque al parecer tienen que afinar la carraca y probar la megafonía. Son ruidos hoscos de serrería, como si estuvieran ronqueando un atún de almadraba con un serrucho torcido, notas chocar los dientes de metal en cada vértebra de la espina del pez y temes que tú eres el pez y que van a transformarte en anchoas. Luego suenan unos ajustes como de R2D2 haciendo gárgaras, se oye girar el programa de aquel lavajillas que pasa del de  prelavado al de grasa resistente. Y empieza la fiesta. Aquello suena igual que la ruta del bacalao. Por el estéreo derecho Chimo Bayo grita "pito pito gorgorito" y por el izquierdo  "No, no, no" todo con mucho reverb y a toda hostia que no sabes si lo que gotea de tus oídos es la babilla de los tapones o es que te están sangrando con aquel tormento. Cuando suena la de "ecsta sí, ecsta nó" piensas que va a caer la pastilla del detergente y que aquello se transformará en la fiesta de la espuma de una discoteca ibicenca. Para un segundo, cambian el Elepé y ahora una turra de independentistas catalanes te dan una cacerolada en Do menor para sartén y zambomba.
Y con los ojos cerrados te da por fantasear si la doctora Bollicao se habrá calao que le miraste las tetas y va a programar el chisme para que te dé el beso del dragón ese de Bruce Lee, concentre toda la energía en un punto letal que te mande pal otro barrio, ponga el microondas en modo pirolítico y te haga la resonancia y la incineracion por el mismo precio.
¿Y si esos imanes cabrones te alborotan las neuronas de tu cerebro y luego no consiguen montar el puzzle? ¿Y si esos ruidos los producen las piezas de dominó de tu cabezota que chocan, no logran encajar y revientan junto con tu dentadura en una supernova de marfil con caries negra? ¿Y si la doctora es una sádica que reordena tu pensamiento hasta convertirte en su esclavo, para someterte a  todo tipo de vejaciones perversas, que se aprovecha de que estás inmovilizado para retorcerte las pelotas, que le da a un botoncito y te provoca una erección de mandril, que pulsa otra tecla y te deshaces en dolorosas descargas volcánicas de lava ardiente.

Pulsas con fuerza la perilla de la bisabuela para que te rescaten de ese Donuts de Calatrava a punto de eclosionar. Aquella diosa en  bata blanca inclina hacia ti esos pechos que son como dos cúpulas del Renacimiento y te da dos bofetones para que despiertes. Hilos de babilla churretean por todos los orificios de tu organismo.

lunes, julio 24, 2017

LA PESCADERÍA MÁS BONITA DEL MUNDO




La pescadería más bonita del mundo se llama Anthias y está en el barrio de Ariznabarra en Vitoria.
Cada mañana Ia dueña madruga para acudir al Mercado Central en busca de lo mejor del Cantábrico. Isabel es de esas mujeres relimpias que se duchan antes y después de trabajar, que si te permiten la osadía de acercarte a su cuello libarás un perfume a jabón y a piel fresca. Frente al espejo, trenza con gracia sus cabellos de cerveza en una  hermosa greca que adorna su cabeza de diosa helena. Y esa trenza arranca suspiros en la lonja durante la cantinela de la subasta inversa: 
(... hamaikean, hamarrean, bederatzian, zortzian...) Todos los armadores venderían su alma y sus barcos por el privilegio de poder pujar por deshacerle la melena. 

La mejor pescadería del mundo está en Vitoria porque en un rincón luminoso de su comercio Isabel ha puesto una estantería con libros en préstamo.
La clientela le pide a esta sirena con delantal lo mismo un par de salmonetes y un ejemplar de Moby Dick que un calamar de potera y Las veintemil leguas de viaje submarino. Y ella limpia el género con pulcritud de cirujana, encartucha a los escurridizos chipirones con delicadeza de origami japonés  y se los ofrece a la parroquia que se marcha tan contenta con sus peces brincando aún en la bolsa de puro frescos y un flamante libro bajo el brazo.

En la pescaderia mejor del mundo encontrarás nadando en un estanque de diamantes blancos el pescado más vivo, en un estante negro los libros más bellos y, reinando tras el mostrador con su delantal azul, a la bibliotecaria más guapa de los Siete Mares.

sábado, octubre 08, 2016

ESTE CULO NO SE TOCA



Desde hace más de 20 años el culo de Cubiella recibe a propios y extraños desde su escaparate del barrio del Carmen con gracia sandunguera y alegría de sambódromo.
En su cruzada contra el menor atisbo de ranciedad machista, la directora del Instituto de la Mujer, tan ocupada ella, ha dirigido una carta al propietario del local instándole a su inmediata retirada pues el retrato ofende el pudor victoriano de tan abnegada funcionaria.
Este culo desafía la ley de la gravedad desde hace lustros. Si en Ávila tienen el brazo incorrupto de Santa Teresa, los gijoneses peregrinamos piadosamente hasta ese altar en forma de escaparate para contemplar y venerar ese  milagro de la naturaleza y la genética, porque ese culo inmarchitable no conoce de celulitis, estrías ni flacideces varias. Esas carnes marmóreas permanecen incorruptibles desde la noche de los tiempos: ni una arruga en ese póster, ni una degradación en el color de esos glúteos de bronce. Más de un lugareño se ha dejado la piñata contra la cristalera tratando de arrancar un bocado a ese par de membrillos tan gloriosos.
Ni el Elogio del Horizonte, ni la Madre del Emigrante (ay, prubina), ni ese ferruño de la estatua de Pelayo representan mejor el espíritu de esta ciudad que ese pompis regio. No hay monumento que simbolice mejor nuestras esencias que esta mujer de espaldas al mundo, este trasero excelso, estas nalgas perennes e invictas ante el paso de ese tiempo  que a todos los demás nos aja y nos derrota.

jueves, octubre 06, 2016

EL DIABLO DE TASMANIA

EL DIABLO DE TASMANIA.
Cuando los colonos arribaron a Tasmania, esa cagarruta de isla situada al Sur de Australia, se horrorizaban en cuanto oscurecía con unos terribles aullidos que les helaban la sangre.
Los más aguerridos y temerarios se internaron en la foresta hasta localizar el origen de aquella escalofriante grillada que les quitaba el sueño cada noche. Descubrieron a una especie de supertopo malencarao, gordo y agresivo, de dientes pequeños y afilados que, durante la cópula nocturna, se mostraba muy desconsiderado con la hembra y con el descanso ajeno. Los animalicos estaban todo el día dalequetepego y las colonas no ganaban para crema antiojeras.
Todo inmigrante alberga la esperanza de encontrar sus sueños en la nueva tierra prometida pero con tanto orgasmo marsupial no había forma de pegar ojo. Organizaron  batidas con el fin de extinguir aquella alimaña y, ya de paso, dar caza a los aborígenes de la isla que, de puro feos, ofendían a la vista. Fracasaron en su intento de extinguir la especie pero eso sí, de los tasmanos no dejaron ni la muestra, exterminaron toda la población de la isla, nadie sobrevivió. Lo que viene a ser un éxito total en cuestión de genocidios.
Ahora ya conocen al auténtico diablo de Tasmania.

martes, octubre 04, 2016

Mansplaining


"Mansplaining" es uno de esos anglicismos que se expanden como un reguero de pólvora entre el feminismo más guerrillero.
Definen con el palabro a esa tendencia que, según parece, tenemos los hombres de explicarle todo a las mujeres desde la condescendencia, el paternalismo y la arrogancia con que se habla a los tontos del bote, a los niños chicos y a los parias de la India.
Si las feministas se sulfuran cuando les cedes el paso en una puerta (salvo que sea la puerta giratoria de un Consejo de Administración, entonces no sólo no les molesta que se les ceda el paso, sino que exigen su preferencia a golpe de claxon) imagínate cómo se ponen cuando las ninguneas tratando de demostrarles cómo se hacen bien las cosas.
Debo confesarlo: padezco Manolosplaining. Y no soy consciente de ello.
En cuanto me despisto me deshago en explicaciones no solicitadas, trazo mapas, te hago un croquis en servilletas de papel, completo la frase de una guiri cuando tarda más de dos segundos en encontrar una palabra en castellano, pongo cruces donde deben ir las firmas y, ante el menor síntoma de duda ante un impreso, hasta te llevo de la mano para echar la rúbrica. Incluso suelo rematar mis frases con un lamentable "no sé si me has entendido" o un todavía peor " espera que te lo apunto".
Y no me corto, lo hago con personas que a menudo saben del asunto tratado mucho más que yo: lo mismo intento explicarle el fuera de juego al calvo de Pierluigi Collina, que ilustro a Carlos Sainz sobre la técnica del doble embrague, corrijo a la guiri de antes la pronunciación de su propio idioma o le doy consejos sobre tocología a una madre de quintillizos.
Y no es machismo, no. Porque le doy la turra por igual a una mujer, que a un hombre, que al loro de mi tía Felisa.
No es por machismo, no.
Yo es que soy así de gilipollas.


lunes, octubre 03, 2016

AMANECEDADES



Esta mañana me desperté crujiente cuando el mundo era tan sólo un pespunte de luz en la persiana. 
Devoré una tostada legañosa con el café y unté la mermelada sobre la esponja del baño. 
Revolví las sábanas con la cucharilla, las almohadas me saludaron desde las bocas de la tostadora mientras mi cabeza daba vueltas en el microondas. Un chorrito de leche me bautizó desde la regadera de la ducha. Mezclé dos azucarillos con el Listerine y me afeité un sobaco.
El albornoz surfeaba con la tabla de planchar sobre la tarima flotante, la báscula marcaba las 6:30 y castigaba mi mala conciencia con su sirena estridente.
Extendí la mantequilla sobre el pijama  con el cepillo de dientes. Recosté la cabeza sobre un croissant, relamí las campanillas del despertador y sacudí un par de pesadillas que retozaban en la alfombra. 
Guardé la leche en la puerta del ascensor, rellené con pienso el comedero de mi mujer y arropé al perro con un beso.
Me anudé un calcetín al cuello con una lazada perfecta, oriné por última vez contra el espejo y salí por la ventana dispuesto a comerme el mundo.

domingo, julio 24, 2016

Explosión controlada



Una acumulación subcutánea de odios larvados y rencillas purulentas.
Un forúnculo grasiento de deseos insatisfechos, de desdenes y reproches.
Un bulto en la piel, un cáncer seborreico,
un barrer basurillas bajo la alfombra  de la costra de las heridas mal curadas.
Ese chancro de amor, esa psoriasis del alma.
Ese rascar compulsivo tratando de alcanzar un placer que nunca llega.
Hurgar en la llaga con manos infectas.
Apretar con las uñas el volcán de pus
y perder los ojos en la eyaculación de los venenos.